CARRERA: LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA
DOCENTE: LIC. MARÍA LIDIA PAZ
ALUMNA: ALICIA SABO
“En
el mundo de confusas sensaciones de los niños, el juego lo es todo. El hacer
“como si” es el meollo de la vida, y aun para salir a dar una vuelta el niño
debe disfrazarse.” (Stevenson, 1992, pág. 64)
Este
escrito se basa en el desarrollo de la temática del Juego y la ficción en la
infancia, específicamente en niños con enfermedades orgánicas graves y que
deben ser desplazados de su hogar, debido a los requerimientos de la misma y en
función de los tratamientos e indicaciones médicas.
He
creado, coordino y participo de un taller de juegos en la Casa Ronald Mc
Donalds, en la ciudad de Buenos Aires, donde se hospedan niños y sus familias,
los cuales padecen enfermedades orgánicas graves y realizan su tratamiento en
un hospital de la misma ciudad. Por el tiempo que transcurre dicho tratamiento,
los niños y sus acompañantes, permanecen desplazados de sus hogares,
transitoriamente (deben ser familiares directos y hasta 3 personas, además del
niño o adolescente que requiere el tratamiento). La duración de la permanencia
en esta casa- hogar es muy variable, ya que pueden alojarse en ella desde pocos
días hasta un año en forma continuada. Luego pueden volver cada vez que
necesiten realizarse un estudio, revisión médica, internación o reiniciar sus
tratamientos, según sea su situación de salud y siempre y cuando haya lugar
disponible en la Casa.
Dichas
enfermedades muchas veces debilitan a los niños de manera tal, que no les
permiten realizar sus producciones como habitualmente lo hacían (se ven
afectadas todas las áreas en mayor o menor medida). Esto se observa tanto desde el aspecto orgánico-corporal, en su
subjetividad y situación emocional así como en lo referente a los vínculos y
funcionamiento familiar.
La
imagen corporal y pulsional está cuestionada por la enfermedad y sus efectos,
así como el manejo del cuerpo, generándole posibles trastornos en la concepción
y el uso de su esquema corporal. En ocasiones los niños pierden el interés por
todo, dejan de caminar, de hablar, de sonreír y principalmente de jugar. En
función de esto nos podemos preguntar: ¿Será por falta de deseo? ¿Por malestar
o debilidad física?, ¿Tal vez por miedo, por sobre-protección de parte de sus
padres o familiares, o por indicación médica?
Algunas
veces, dichas enfermedades son tratadas con fármacos y procedimientos que
resultan muy agresivos y con efectos secundarios en los niños, por lo que en
ocasiones ellos funcionan o se los ve como discapacitados motores y hasta
mentales. Los niños se muestran, por lo tanto muy afectados en su posibilidad
de producir su actividad y experiencia privilegiada y preferida: El juego.
S.
Freud (1920) explica en sus escritos que el niño toma muy en serio su juego y
dedica en él grandes afectos. El autor aclara que la antítesis del juego no es
gravedad, sino realidad. El niño distingue muy bien la realidad del mundo y su
juego, a pesar de la carga de afecto con que lo satura, y gusta de apoyar los
objetos y circunstancias que imagina en objetos tangibles y visibles del mundo
real. Este apoyo es lo que aún diferencia el “jugar” infantil del “fantasear”. El
niño, al convertir en juego la vivencia, realiza un pasaje de un estado pasivo
a uno activo, mediante la repetición de la vivencia (aunque esta haya sido
desagradable) en el acto de jugar, el niño, pasa a ocupar un papel activo. Es
decir, el juego sería una repetición que entraña cierta modificación en la
posición del niño, modificación que le permitiría procesar psíquicamente una
impresión ingrata.
Por
lo tanto, las características mencionadas del juego infantil, según S. Freud
(1920) serian:
El
pasaje del niño de un estado pasivo a uno activo.
Una
compulsión a la repetición de vivencias desagradables.
La
trasformación de algo extraordinario en un hábito.
El
simbolismo lúdico, según J. Piaget (1969), puede llegar a cumplir la función de
lo que sería para un adulto el lenguaje interior, pero en lugar de re-pensar
simplemente en un acontecimiento interesante o impresionante, el niño tiene
necesidad de un simbolismo más directo, que le permita volver a vivir ese
acontecimiento en vez de contentarse con una evocación mental.
D.
Winnicott (1982) sintetiza de esta manera algunas de las características del
juego:
Para
entender la idea del juego resulta útil pensar en la preocupación que
caracteriza el jugar de un niño pequeño. El contenido no importa, lo que interesa
es el estado de casi alejamiento, afín a la concentración de los niños mayores
y los adultos. El niño que juega habita en una región que no es posible
abandonar con facilidad y en la que no se admiten intrusiones.
Esa
zona de juego no es una realidad psíquica interna, se encuentra fuera del
individuo, pero no es mundo exterior.
En
ella el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior y los usa al
servicio de una muestra derivada de la realidad interna o personal. Es una
muestra de la capacidad potencial para soñar y vive con ella en un marco
elegido de fragmentos de la realidad exterior.
Al
jugar, manipula fenómenos exteriores el servicio de los sueños, e inviste a
algunos de ellos de significación y sentimientos oníricos.
Hay
un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al juego
compartido, y de él a las experiencias culturales.
El
juego implica confianza y pertenece al espacio potencial existente entre el
bebe y la figura materna, con el primero en un estado de dependencia casi
absoluta y dando por sentada la adaptación a la figura materna.
El
juego compromete al cuerpo debido a la manipulación de objetos, porque ciertos
tipos de interés intenso se vinculan con algunos aspectos de la excitación
corporal.
La
excitación corporal en las zonas erógenas amenaza a cada rato el juego y por lo
tanto el sentimiento del niño que existe como persona.
En
esencia el juego es satisfactorio, pero cuando conduce a un alto grado de
ansiedad, resulta insoportable y destruye el juego.
El
juego llega a su propio punto de saturación, que corresponde a la capacidad
para contener experiencias.
Esteban
Levin (2000) explica al respecto que el niño tendrá que recorrer el proceso de
la desmentida y de la represión de su organicidad. Desmentida de una presencia
encarnada en el órgano y recuperada (resinificada) como imagen. El trabajo de
duelo pasara, en gran medida, por “historizar” el cuerpo en un escenario
ficcional donde el placer de la presentación dramatice su deseo. Como ubicar,
enmarcar, saber, anudar y acomodar la diferencia que la patología orgánica le
genera, será el gran desafío con el cual tendrá que enfrentarse el niño y
quienes de una u otra forma lo rodean. En este recorrido el niño podrá integrar
y construir, un saber, que no es conocimiento, acerca de lo que como traumático
(la patología y sus efectos en el funcionamiento corporal) se ha instalado
cuestionando su imagen corporal.
Para
que el órgano lesionado no se transforme en un estigma que holofrasee todo su
universo imaginario, equiparándose lo traumático a lo trágico de la tragedia,
el niño transitara el camino de
transformar lo traumático en dramático y para ello, construirá su saber
a través de sus preguntas, de sus juegos, de sus actos, donde estará armando
una versión posible de su historia, que incluye la organicidad simbolizada. No
es que el juego es importante o vital para el niño, sino que es estructurante
(Levin, 2014).
Este
autor desarrolla un concepto fundamental en toda su obra, como concepción
acerca del juego y dice que, no es que el niño construye el juego, sino que es
el jugar el que constituye la experiencia de ser niño. No es que el jugar sea
algo placentero necesariamente para el niño, porque de hecho cuando juega
muchas veces juega a los monstruos o a la muerte. O sea, la muerte como algo
que no tiene representación y sin embargo el niño la pone en escena
jugándola, y al poder jugarla de algún
modo exorciza sus miedos. El jugar implica pensar, ya que el niño no juega a
ser uno, sino a ser otro y es desde el otro que se juega a ser uno. Es
“haciendo de cuenta que”, que el niño arma su propia identidad. El niño así le
da vida a lo imposible, y eso significa dar vida a la representación. Un niño
cuando juega con un caballo no solo arma la representación de un caballo, sino
que le da vida al caballo. El juego no está predeterminado. Cuando el niño arma
su juego no solo no sabe a qué va a jugar sino que el otro tampoco lo sabe y
eso da lugar a lo impredecible, esto implica además, la puesta en juego del
cuerpo en esa escena. Es el punto en el cual el niño puede imaginar lo
imposible.
En
base a esto, planteamos que los profesionales que trabajan con niños, sean
educadores o terapeutas, tendrían que poder arriesgarse a atravesar sus propios
modelos y “clichés”, para comprender la infancia. En el ámbito clínico o
educativo, no hay terapeutas o docentes ideales y que si se quisiera ubicar a
la teoría o a la práctica como ideales, el niño las desmiente en sus
producciones escénicas, pues nos señala en su esencia la dis-armonía
constitutiva de su desarrollo. El niño en su territorio es disarmónico y no
encaja en ningún molde, técnica o estadio prefijado. Solo soportando el
imprevisto, el desconocimiento, el no saber, el niño coloca y descubre su saber
y no saber en la escena. El niño en su infancia, no se completa al jugar, más
bien inventa y construye un escenario, un espejo, dónde al circular su deseo,
la insatisfacción, lo impulsa a seguir jugando, a continuar escenificándose y
representándose en la escena. Lo que le ocurre al niño, es que cuando está
jugando, a la vez, está develando un secreto que sin darse cuenta, él mismo va
generando (Levin, 2014).
El
niño juega, y al hacerlo se des-conoce, juega para llegar a des-conocerse como
lo que es y reconocerse entonces como ficción, como Batman, como superhéroe,
como maestra, doctora, peluquera, mamá, papá, en definitiva como lo que no es.
El niño juega a desdoblarse, juega el artificio de no ser él para ser otro, es
desde ese otro que él toma distancia de su cuerpo para volver a ser él, y al
realizarlo, pone en escena el enigmático secreto de su representación. No se
trataría entonces de develar e interpretar el secreto, sino de permitirle al
niño jugarlo en escena y producirlo. Esto es lo que hace que un niño vaya
creciendo en su imaginación y en su pensamiento (Levin, 2000).
Pero
jugar implica que un docente, un padre, un terapeuta pueda colocar en escena su
no saber para construir e inventar un saber con el niño.
Enfermedades
orgánicas en niños y juego.
El
niño es un ser en construcción y la aparición de una enfermedad grave puede
romper o desviar peligrosamente el recorrido que iba realizando dicho
desarrollo, así como su modo de posicionarse dentro de su familia y de la
sociedad en general. Esta situación puede agravarse según sea tomada por la
familia o puede lograr una acomodación más favorable, si la misma posee los
mecanismos de contención médica y psicológica necesarias para tal fin.
El
sujeto enfermo es un extraño respecto de sí mismo, de la sociedad en
la que vive y de su estado de paciente. Y esta extrañeza se desdobla en rechazo
y exclusión por parte de su mundo externo, es decir, la sociedad en pleno. El
hecho de que la medida de la normalidad se ubique del lado de la
sociedad no enferma, evita la inclusión de todos los afectados por
alguna de las enfermedades graves o crónicas -es decir, de una anormalidad
extrema- en aquel "campo de aparición" esencial para la existencia
humana en tanto individualidad explícita y no mera "cosa viva o inanimada":
la exclusión, el aislamiento, imposibilitan la acción humana y degradan al
sujeto en su mismidad. Es absolutamente comprensible que en una sociedad que
percibe a la enfermedad como "aberración" biológica, psicológica,
social, política y económica, que sean los enfermos quienes deban cargar con el
peso de la culpa por la anormalidad que representan (Pérez Marc, 2015).
A
este respecto E. Levin (2000) explica como lo real como registro de un
cuerpo-órgano emerge con toda su inerte fuerza, las imágenes y las creencias
que se generan remiten todas no a la esencia que causa y anticipa un sujeto
sino a lo hiperreal y obsceno del órgano (anatómico), o la función
(fisiológica) del niño como organismo a reparar, como mecano en sí, dividido y
separado de su existencia subjetiva. El desborde parental frente a la
problemática orgánica y patológica de su hijo, unido al gran desarrollo
científico de la modernidad tendiente a saber y curar cualquier enfermedad se
conjugan muchas veces siniestramente, para
saber, ver, investigar y arreglar el proceso orgánico, en detrimento de la
estructuración subjetivante en el desarrollo del niño. El niño puede ser tomado
por su entorno, como un organismo fallido y que hay que recuperar, medicar,
controlar, o como un niño con una enfermedad, donde cobra existencia su
dimensión subjetiva oponiéndose a la organicidad que lo cuestiona en su
estructuración como sujeto- niño. El autor hace énfasis en que esta posición y
este planteo no implican desconocer la organicidad de su problemática, sino por
el contrario, tratar de incorporarla al juego del niño y al discurso parental,
para que se pueda hacer un duelo, una elaboración, lo que llevaría a una
re-significación desde un marco simbolizante.
Los
niños que poseen una enfermedad orgánica, muestran en su cuerpo las marcas de
ese sufrimiento. El mismo en ocasiones, los paraliza y los tensa en forma
parcial, fragmentaria, sin posibilidad de movimientos coordinados, el peso de
lo corporal cuestiona la propia imagen. Procuran compensar desde el punto de
vista postural, tónico y motriz la dificultad en el uso de ese cuerpo que, en
constante tensión, pesa, se torna presente y afecta el esquema corpóreo y
motriz que no le responde. Sin respuesta emergen la apatía y la inhibición. El
niño con una enfermedad orgánica no solo soporta el peso de su organicidad,
sino también la rivalidad imposible con su doble “normal” inexistente. “El
“doble” ideal ha muerto, y es fundamental que los padres puedan hacer el duelo
por esta muerte fantasmática. (Levin, 2014)
“El
duelo parental testimonia el doloroso y amargo itinerario para separarse de esa
imagen tan investida, tan ideal y tan amada, en oposición a lo real y
antiestético del cuerpo de su niño, que representa una y otra vez, la pérdida
de su amor propio, o sea, la de su propio reflejo.” (Levin, 2000. Pág. 226)
Entrevistas
y observaciones de niños.
A
partir de mi trabajo con los niños con enfermedades orgánicas en este taller de
juego en la casa-hogar, sostengo que la condición niños prima sobre la de niños
enfermos, por lo que el juego sigue siendo su actividad e interés principal.
A
través del lenguaje del juego expresan sus malestares, sus miedos, sus ganas de
curarse, y escenifican ese miedo, ese sufrimiento, por medio de escenas de
juego ficcional-simbólico. Al abrir un espacio para se produzca el acto de
ficción y de juego, el efecto que se produce es el de descentralizarlos de la
enfermedad, de la angustia y la fantasía de muerte que la misma conlleva. Al
mismo tiempo a los padres les genera un lugar de identificación en el cual se
reconocen en ese espejo de hijo-niño como sus padres más allá del peso de la
enfermedad.
Por
ejemplo: Un niño de aproximadamente 4 años, llegó a la sala de juegos. Me miro,
se metió dentro de un armario y cerró la puerta. Allí se quedo callado durante
unos minutos. Yo me acerque a la puerta del armario y le dije: “Hola, ¿vamos a
jugar? ¡No te veo! ¿Estás ahí?”.
No
conocía su nombre, era un niño que nunca había visto. El no contestó y ahí
permaneció un rato más. Entonces comencé a desplegar una escena de juego y le
dije: “Ey! ¡Qué bien te escondiste! ¡No te encuentro! ¿Dónde estarás? ¡¡No
puedo creer lo bueno que sos escondiéndote, te voy a buscar!! Y comencé a mirar
debajo de la mesa diciendo: “Ya sé, estas debajo de la mesa. ¡No, no estás ahí!
Voy a seguir buscando. A ver, a ver…”.
Me acerco a unos estantes y digo: “¿Te subiste ahí arriba? A ver, a ver,
no, no te veo…”. Continúo la búsqueda hasta que voy a ver adentro del armario,
abro la puerta y digo: “¿A ver adentro del armario? No creo que este acá.”Abro
la puerta, lo veo acurrucado en el fondo y mirándolo a los ojos con los brazos
abiertos y una sonrisa exclamo: “¡Ahí estas!, ¡¡Qué bien te escondiste, no lo
puedo creer. ¡Te encontré! ¡Jajaja!
En
ese momento el niño me mira a los ojos, sonríe y cambia su postura, mostrándose
poco a poco más distendido. Sale del armario y le digo: “¡Te felicito, casi no
te encontraba!, ¡Te sabes esconder re bien! ¿Cómo te llamas?
Me
mira y me dice en voz baja: “Juan”. En ese momento llega el papa, me mira y
dice: “Hola, ¿vamos Juan?”. El niño se dirige a la puerta. Yo lo saludo con la
mano y el responde el saludo.
En
el próximo encuentro veo a Juan con su papa, lo saludo con la mano y le
propongo: “Hola, ¿vamos a jugar?” Mira a su papa en silencio y él le pregunta:
“¿Querés ir?”. Juan le responde que si con un gesto con su cabeza. Se suelta de
su mano y entra a la sala de juego.
Inmediatamente
se mete adentro del armario, pero esta vez mirándome con una leve sonrisa.
Escenifico su búsqueda por distintos lugares de la sala hasta que abro el
armario y lo veo con una sonrisa mirándome. “¡Ahí estas! Le digo e
inmediatamente sale con una sonrisa. Entonces exclamo: “¡Sos un capo del
escondite!”Le ofrezco mi mano abierta y me responde chocando con la suya.
En
ese momento ve unos autos y me dice: “¿Vamos a jugar con esos autos?”. ¡Dale!
Le respondo y nos acercamos a la mesa donde había varios autos y una pista.
Toma uno de ellos y comienza a hacerlos subir y bajar por las pistas haciendo
ruido de motores. Luego le propongo cargarle nafta a uno de los autos,
diciéndole que ya no podía andar más. Juan acercó el auto a un contenedor de
gasolina que había en la parte inferior del juguete, introdujo una manguerita
por un agujerito del auto haciendo un ruido “shshshshshs”, luego me miro y me
dijo: “Ya está, ahora tiene fuerza para seguir.” “Genial”, le dije y el auto
volvió a la pista.
Así
continúo el juego con dos autos más, que subían y bajaban hasta que debían
cargar nafta para continuar. Los comentarios en la escena de juego siempre
aludían a la fuerza, a seguir el camino, a ir a casa. El niño decía: “¡Si,
vamos a casa!, y yo agregaba: “Ponele mucha nafta así llega rápido.” Luego Juan
comentaba: “Vamos a ayudarlo así se puede ir”, al tiempo que empujaba el auto
en dirección a un camino. Si algún auto se caía de la pista, ambos nos reíamos
y hacíamos sonidos como de golpe, de caída, y Juan hacia volver el auto a su
carril para continuar su camino.
En
un momento cuando Juan hace caer a otro auto le digo: “¡Uh! Se rompió, ¡hay que
arreglarlo!”. Entonces busqué una
herramienta de juguete que estaba cerca y se la di, él comenzó a “arreglar” el
auto averiado y enseguida, con el grito de “Ya está”, volvió a colocarlo en el
camino y continuó el juego.
Así
siguió la escena lúdica un buen rato, manteniendo un sostenido entusiasmo,
miradas y sonrisas entre los dos.
A la
semana siguiente al llegar el padre de Juan se acerca a mí y me explica que el
niño se internará porque en unos días le harán el transplante de hígado y que
me quería agradecer ya que a partir de verlo jugar otra vez, se dio cuenta que
ya no jugaba con los chicos, así como el también había dejado de hablar con los
otros padres, y que ahora empezó a relacionarse nuevamente con los demás. Nos
dimos un abrazo y nos despedimos, deseándole que todo salga muy bien.
Un
análisis posible
En
esta secuencia de escenas, nos encontramos con un niño que no juega, que se
encierra, “desaparece” a la vista del otro. No responde a lo que le dicen ni
genera un encuentro con los demás. Cuando comienzo a ofrecerle un espacio de
ficción, donde lo que parece ser una cosa puede transformarse en otra
(desaparecer- no ser visto, cambia por ser buscado- deseado por otro), ese
juego del “dale que estas en algún lado y yo quiero verte y encontrarte” que es
el juego de las Escondidas, el niño cambia su gestualidad, su mirada y su
actitud corporal y “aparece” ante la mirada del otro que lo quiere ver.
Este
suponerlo sujeto de deseo y jugarlo en la escena, le permite espejarse ahí en
ese lugar de existencia. Luego, al desplegarse la ficción, el juego simbólico
toma un lugar de presencia en la lógica de la infancia, el pensamiento mágico y
el hacer posible lo imposible. Tornar la tristeza y el miedo de estar enfermo
en seguir siendo niño, representando escenas inventadas y crear, creándose como
sujeto en ese mismo acto.
En
la siguiente escena de los autos, se despliegan otros símbolos. Allí resonaban
las palabras “fuerza”, “camino”, “casa”, “ayuda”.
Se
transcurría en ese espacio “entre”, recreando juntos un mundo donde eso sucedía
y era importante. Los autos necesitaban ayuda para seguir, para llegar a casa,
para no quedarse en el camino. La “nafta” necesaria para llegar y volver a
empezar, seguir con fuerza y no quedarse, no detenerse. Pero eso se lograba
juntos, debía ser de a dos, solo no, con otro sí era posible lograrlo.
Cada
comentario y cada momento de esta escena podemos pensarla y articularla con la
situación vital de este niño. Está atravesando una enfermedad que lo desafía a
seguir, a llegar, a dejarse acompañar porque solo no podría con ella. Es
necesaria la magia del juego simbólico, de la ficción que da la fuerza de la
creación, de lo nuevo que se inventa cada vez. Y allí estarán, como no, los
miedos presentes. Deben luchar contra ellos y con ellos. Aceptarlos
enfrentándolos, hablar de ellos pero ponerles la “nafta- remedio” necesaria
para que no los venzan y sigan por el camino, con los recursos de que se puede
disponer para seguir. Y si se rompe un auto o si cae, se trata de volver a
levantarlo, arreglarlo y ponerlo en marcha otra vez.
Es
en la escena de juego- ficción donde todo es posible, romperse, arreglarse y
seguir adelante, “ficcionando” una realidad dura, pero posible de enfrentar y
hasta de disfrutar con otro. Compartir un tiempo y un espacio con la magia de
estar construyendo una ficción, que alude a ese vínculo íntimo, a un momento
sensible en ese espacio potencial entre los dos.
Para
concluir
Sera
de suma importancia continuar investigando sobre esta temática, como aporte
para la formación de los profesionales de la salud mental que deseen trabajar
con los niños y familiares que sufran esta situación vital. El juego como
escena nodal y estructurante en la infancia, como modo de pensamiento infantil
y constituyente de su psiquismo, tendrá que privilegiarse como la herramienta
para la intervención en dirección a la prevención de las complicaciones
psico-afectivas en el niño, ajenas a su enfermedad e inherentes a la posición
de “enfermo” y-o “dis-capacitado” en la que muchas veces es colocado por padres
y profesionales. Las mismas opacan la estructuración de su subjetividad y sus
necesidades primarias, en las cuales es imprescindible preservar su posibilidad
lúdica - simbólica y creativa.
Es
fundamental por lo tanto, comprender este marco conceptual en el abordaje de
las intervenciones a realizar con los niños, sus padres y familiares, que
convivan con él durante el transcurso de la enfermedad y su tratamiento, así
como en la etapa posterior de convalecencia y reinserción al hogar familiar, a
su vida escolar y social.
En
este sentido en el ámbito hospitalario, es importante que se promuevan las
conceptualizaciones antes mencionadas, ya que estos niños son tratados por su
enfermedad en esos centros de salud, para así lograr la necesaria valoración del
papel del juego y la ficción en la infancia. Es relevante entenderlo como modo
de funcionamiento y característica central en el pensamiento infantil, tomando
este aspecto como fundamental en la tarea de acompañarlo a seguir funcionando
como un niño, estando atento a que su enfermedad no logre opacar su deseo de
jugar e imaginar, creando y re-creándose como sujeto en construcción.
Proponemos
de esta manera, generar la creación de salas de juego destinadas a los niños,
así como la formación de profesionales del área de la psicología, necesaria
para que puedan intervenir privilegiando este modo de concebir la infancia y su
modo de pensar y vivir su grave y problemática situación, lo cual abre el campo
de la prevención y la inter-disciplina.
La
intervención terapéutica deberá favorecer la generación de escenas lúdicas-
ficcionales, que busquen que el niño y su familia logren la elaboración del
duelo que implica su enfermedad y el desplazamiento de su hogar, así como
acompañar de este modo la posterior alta médica, en las condiciones subjetivas
más favorables posibles (Levin, 2000).
Bibliografía
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Robert Louis, (1992), Juego de niños: y otros ensayos; a propósito Stevenson y
su obra. Editorial Norma. Bogotá.
Winnicott,
Donald, (1972), Realidad y juego. Editorial Gedisa. Buenos Aires. Argentina.
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