miércoles, 12 de febrero de 2014

UN POR QUÉ DEL OLVIDO

Universidad de la Marina Mercante
FACULTAD DE HUMANIDADES

Licenciatura en Psicología
Cátedra: Psicoanálisis I
Turno noche


Un por qué del olvido

Breve análisis del cuento “Funes el memorioso”
A través del capítulo VII de “La interpretación
De los sueños” de Sigmund Freud


Profesores

                   Dra. Beatriz M. Rodríguez
                   Lic. Gustavo Gaccetta

Alumna

                  Julia Díaz Vélez

Año 2013



Desarrollo

Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.

Jorge Luis Borges.



Se llamaba Ireneo Funes y era poseedor de algunas rarezas como saber siempre la hora como un reloj, pero yo me inclino por destacar que tampoco se daba con nadie del pueblo, y que ésta haya sido tal vez la causa de su ensimismamiento y sus desvaríos. Aunque haya quedado tullido luego de la caída de un caballo que él supo reconocer como beneficiosa, no cabe duda que su grandilocuencia tenía algo de libido replegada hacia el yo, que le hacía pasar largas horas en soledad mirando fijamente la higuera del fondo de su casa o a una telaraña.

Freud define a este estado como narcisismo secundario, cuando la libido vuelve sobre el yo al ser retirada de sus catexias objetales. Una de las formas de la manifestación del narcisismo secundario puede desencadenarse como dice Freud en “Introducción al narcisismo” cap.II por la influencia de la enfermedad orgánica sobre la distribución de la libido. “Todos sabemos, y lo consideramos natural, que el individuo aquejado de un dolor o un malestar orgánico cesa de interesarse por el mundo exterior, en cuanto no tiene relación con su dolencia. Una observación más detenida nos muestra que también retira de sus objetos eróticos el interés libidinoso, cesando así de amar mientras sufre....Diremos, pues, que el enfermo retrae a su yo sus cargas de libido para destacarlas de nuevo a su curación”

Si Funes vino a este mundo a desafiar todos los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia de Plinio ya es otro cantar y deberemos entonces desentrañar por qué motivos un hombre común puede gozarse de su desgracia y encontrar satisfacción sustitutiva en la rememoración de los detalles más intrascendentes de cada uno de los momentos de su monótona vida. Según sus propias palabras, antes de la caída él había sido un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. Después de su caída su percepción y su memoria eran infalibles.

Para hacernos una idea de lo inverosímil de la condición de Ireneo necesitamos definir el aparato psíquico y sus funciones; Freud dice en la primera tópica,- donde lo divide en conciente, pre conciente e inconciente-que el aparato anímico es como un instrumento compuesto a cuyos elementos damos el nombre de instancias o sistemas, este aparato tiene una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones, de tal manera que esos estímulos parten de un extremo sensible y terminan en uno motor. En el extremo sensible se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico se desarrolla en general pasando desde el extremo de percepción hasta el extremo de motilidad. Las percepciones que llegan hasta nosotros en nuestro aparato psíquico dejan una huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica. La función que a esta huella mnémica se refiere es la que denominamos memoria.

Para que Ireneo haya podido decir: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”, se habrá sentido como inundado de imágenes y extasiado con la variedad infinita de ocurrencias para nombrar a su manera el mundo que minuto a minuto pugnaba por imponérsele. Ireneo había replegado sobre su yo, su libido objetal y en este mecanismo de desestimación de la realidad, donde inconscientemente habrá hallado siniestra su imposibilidad física, se refugió en la enfermedad atiborrándose de imágenes que lo ayudaban a distraerse de su herida narcisística. Como parte del delirio de grandeza que estaba tomando el yo de Ireneo, poco a poco, encontramos la hipermnesia que se refiere a un inusual incremento en la capacidad de retener y evocar hechos. Así es como Ireneo se ufanaba de haber inventado un sistema de numeración en donde reemplazaba un número por un nombre propio. Nótese que si hay algo difícil para el común de los mortales es la posibilidad de evocar los nombres propios, siendo ésta una de las primeras capacidades que fallan habitualmente. En lugar de siete mil trece decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas...

A propósito de la “marca” que Ireneo le estaba imprimiendo a su nueva realidad, él estaba sintiéndose un creador, necesitaba ponerle un nombre a las cosas como si fuera un Dios o un padre elemental que circunscribe su mundo con esas palabras que lo diferenciarán de los demás, y da nombre a sus hijos para sentirse el dueño, como para tener potestad sobre su creación. Ireneo, desde su catre custodiado por una madre culposa y reservada por ser madre soltera, envuelto en un sueño de grandeza donde -a fuerza de que sus piernas no caminaban- tenía que dar rienda suelta a su imaginación, estaba parapetándose en una torre de Babel de su propiedad, al desafiar el idioma y los usos y costumbres ignorando que se estaba encerrando en su propia invención. Tal vez podemos explicarlo desde la teoría de los sueños de Freud, donde dice lo siguiente: ”Lo que en el sueño alucinatorio sucede no podemos describirlo más que del modo siguiente: la excitación toma un camino regresivo; en lugar de avanzar hacia el extremo motor del aparato, se propaga hacia el extremo sensible, y acaba por llegar al sistema de las percepciones. Si a la dirección seguida en la vigilia por el procedimiento psíquico, que parte de lo inconsciente, le damos el nombre de dirección progresiva, podemos decir que el sueño posee un carácter regresivo.” Aunque Freud se está refiriendo al sueño nocturno como un “apartamiento del mundo exterior”, también tiene en cuenta aquellas otras regresiones que tienen efecto en los estados patológicos de la vigilia. “Las alucinaciones de la histeria y de la paranoia y las visiones de las personas normales corresponden, en efecto, a regresiones; esto es, son ideas transformadas en imágenes”.

Cierto es que Funes se estaba disgregando como persona al irse perdiendo en detalles insignificantes y arbitrarios mientras era incapaz de ideas generales ya que le molestaba que el perro de las tres y catorce visto de perfil tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto visto de frente. Se acercaba al espejo y se buscaba en la familiaridad de sus manos y su cara que le iban resultando desconocidas. La fragmentación de su yo lo hacía percatar en cada grieta y cada moldura de las casas que lo rodeaban, buscando edificarse a sí mismo en un intento de volver a ser uno . Si dormir le era casi imposible, como forma de desconectarse del mundo-por eso tal vez había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués y el latín-, pensar le había sido quitado el día que se cayó del caballo, ya que pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer.

Pero de lo que carecía Ireneo era de la capacidad de olvidar como forma de expurgar los malos recuerdos y sintetizar la energía psíquica para destinarla a la concreción nuevos objetivos. En esta entrada, se describe una interesante definición de la palabra olvido y su etimología. “En una entrada anterior (pinchar aquí para acceder), y con motivo de un artículo de Manuel Rivas, nos referimos a las palabras griegas αλήθεια /alicia/ (=verdad) y λήθη /lici/ (=olvido). El significado de la palabra αλήθειαen griego procede del estado en el que las cosas no pertenecen al olvido, es decir, son conocidas y patentes y, por eso, son esencialmente verdaderas. Además, la palabra griega λάθος/lazos/ (=error) se relaciona con las palabras αλήθεια y λήθη, ya que todas estas palabras tienen su raíz en el verbo λανθάνω/lanzano/ (=escaparse algo de la atención de alguien, estar latente, no ser manifestado). Efectivamente, cuando algo se escapa de nuestra perspectiva, percepción o atención solemos caer en errores.

Siguiendo esta misma línea de pensamiento la memoria (μνήμη/mnimi/ en griego) parece ser una herramienta muy importante para defender la verdad, para defender a nosotros mismos.”

Es interesante consultar la etimología de las palabras ya que olvido sería una cierta posibilidad de escaparse algo de la atención de alguien, estar latente, no ser manifestado. Funes no podía esconderse de las confabulaciones de su mente, nada permanecía latente, sino que pugnando por salir se hacía consciente en un mar de significados a los que nunca podía clasificar.

“Parece que en el curso de nuestro desarrollo individual todos hemos pasado por una fase correspondiente a este animismo de los primitivos, que en ninguno de nosotros esa fase ha transcurrido sin dejar rastros y trazas capaces de manifestarse en cualquier momento, y que cuanto hoy nos parece “siniestro” llena la condición de evocar esos restos de una actividad psíquica animista, estimulándonos a manifestarse”. Funes era puro inconsciente y se le habían revelado de repente todos los pasados, las voces de antaño, los antepasados que habían muerto y volvían de sus tumbas para hacerse presentes, los ignorados, los que no tuvieron ni voz ni voto, los desahuciados, todas las huestes del olvido disfrazadas de inconsciente colectivo volvían arremolinándose en fantasmagóricas hazañas para arrancar del anonimato un pasado sin gloria.

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios que salva el metal, salva la escoria
y cifra en su profética memoria las
lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía
Y todo es una parte
del diverso cristal de esa memoria, el universo
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.

Everness de Jorge Luis Borges



Conclusiones

Para Freud el aparato psíquico de los individuos que pueden amar y trabajar demuestra en su funcionamiento la posibilidad de utilizar como mecanismo de defensa la represión, que permite que la censura, que es una función permanente y constituye una barrera selectiva entre los sistemas inconsciente, por una parte, y pre-consciente-consciente, por otra, actúe como mediador eficaz entre el principio de placer y el principio de realidad.

Funes llegó a inventar un vocabulario infinito para la serie natural de los números y un catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo, pero su aparato psíquico, habría sufrido una patologización ya que no funcionaba la censura como mecanismo normal de elaboración psíquica. Podríamos arriesgarnos a pensar que Funes, al costarle dormir, vivía una ensoñación constante, donde los límites de la realidad y la fantasía no estaban definidos, evidenciándose en el tenor de sus delirios, que podrían originarse por el mecanismo de la formación onírica al tomar el sentido regrediente que toman las huellas anémicas del aparato psíquico durante el dormir, o sea del polo motor al polo perceptivo. Ciertamente Funes, al estar inmovilizado, tenía todas las funciones motoras rebajadas, como ocurre en el sueño, para que su aparato psíquico funcionara de una forma anómala. En los intersticios de su mente donde debiera haber surgido el olvido surgía irremisiblemente una compulsión a clasificar su precaria creación del mundo, como un conjuro para domeñar la realidad. El delirio de grandeza es consecuencia de un aumento del yo que ha captado todas las investiduras libidinosas de objeto. Narcisismo secundario como retorno del narcisismo primario de la infancia.

Si el sueño es un disfraz que utiliza el deseo inconsciente para hacerse consciente, entonces los delirios de Ireneo eran sus deseos de grandeza sin ningún tipo de desfiguración, y por lo tanto no necesitaban de ningún disfraz.

Los contenidos trabajados en la cátedra de psicoanálisis me permiten abordar el cuento de Funes, al que ya había leído, desde otra perspectiva muchísimo más rica e interesante.

Anteriormente Funes me había impactado por su memoria y sus dotes casi histriónicas para dominar las palabras, pero la articulación con “La interpretación de los sueños” ha sido el disparador para evaluarlo desde otra óptica donde cada descripción que hace Borges no sólo tiene un cariz literario sino una correspondencia con los padecimientos descriptos por Freud de los sujetos que al enfermar retraen su libido como forma de curación.



Bibliografía

Borges, Jorge Luis. (1958) Cuento “Funes el memorioso”. (Buenos Aires, Emecé, segunda edición)
Freud, S. (2013) Obras completas: volumen 15. 1ra edición (especial) Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. Introducción al narcisismo (Pág. 2022)
Freud, S. (2013) Obras completas: volumen 5. 1ra edición (especial) Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. La interpretación de los sueños (Pág. 673)
http://griegozaragozasalonica.blogspot.com.ar/2011/07/memoria-y-olvido.html
Freud, S. (2013) Obras completas: volumen 5. 1ra edición (especial) Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. La interpretación de los sueños (pág. 675)
Freud, S. (2013) Obras completas: volumen 5. 1ra edición (especial) Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. La interpretación de los sueños ( pág 676)
Lengua y cultura griegas. Blog creado en el marco del Programa Europeo Grundtvig del Programa de Aprendizaje Permanente, que fue llevado a cabo en la EOI Nº1 de Zaragoza; durante el año académico 2010-2011
http://griegozaragozasalonica.blogspot.com.ar/2011/07/memoria-y-olvido.html
Freud, S. (2013) Obras completas: volumen 18. 1ra edición (especial) Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. Lo siniestro (pág. 2497)