miércoles, 8 de diciembre de 2010

El caso Schreber según Freud





Universidad de la Marina Mercante
Facultad de Humanidades




Carrera: Lic. En Psicología

Asignatura: Psicopatologia II

Trabajo Práctico: El Caso Schreber, según Freud.


Docente Titular: Dr. Carofile, Alfonso

Alumnos:
Sena, Patricia
Sidders, Jorge
Vazquez, Marcela



Turno: Noche          

Fecha de Entrega: 09/09/2010

Año de cursada: 2010

 

Índice



Freud estudió esta obra en 1909 y un año después publicó un comentario sobre ella. Para Freud, el enfermo psicótico sustrae gran parte de su carga a los objetos libidinales y al mundo en general; vive en su espacio interior y, en consecuencia, no puede tener acceso al psicoanálisis.

¿Por qué estudiar entonces el caso Schreber? Freud lo hace por tres razones, cuya esencia es puramente teórica:

·         asentar más sólidamente la teoría de las pulsiones;
·         elaborar la teoría del narcisismo, teoría ya iniciada y que representa una de las facetas esenciales del psicoanálisis: el “sí mismo” tomado como objeto libidinal;
·        construir una teorización de la psicosis.

Daniel Paul Schreber nació en 1842 en el seno de una familia burguesa protestante. Su padre, un médico y educador ilustre, introdujo en Alemania la gimnasia médica y fue el promotor del movimiento para la venta de lotes con jardines para los obreros.

Este movimiento, de inspiración socialdemócrata, se mantiene todavía hoy. El hermano mayor de Daniel Paul Schreber, aquejado de una psicosis evolutiva, se había suicidado de un disparo a los 38 años.
Su hermana menor, Sidonie, murió enferma mental. El propio Daniel Paul Schreber es un intelectual de primer orden: doctor en Derecho y presidente del Tribunal de Apelaciones de Sajonia, es, evidentemente, un hombre fuera de lo común por su gran cultura, su viva curiosidad y sus capacidades de observación y de análisis poco corrientes.

A los 42 años se lo interna por primera vez en un hospital. La crisis que lo aqueja y que dura varios meses se diagnostica como hipocondría grave. Una vez restablecido, Schreber experimenta un inmenso reconocimiento por el profesor Flechsig que lo ha curado.
Después de esta primera hospitalización, Schreber, quien ya estaba casado desde mucho tiempo antes, vive ocho años junto a su esposa, años que califica como “muy felices”, sólo ensombrecidos por la decepción de no haber tenido hijos.

En 1893 es nombrado presidente del Tribunal de Apelaciones (a la edad de 51 años). Incluso antes de asumir el cargo, Schreber sueña en varias ocasiones que cae nuevamente enfermo. Un día, en medio de la duermevela matinal, lo asalta la idea de «que sería muy agradable ser una mujer en el momento del coito”, idea que él rechaza inmediatamente, según sus propias palabras, con la mayor indignación. Algunos meses después de su nominación, se le declara un segundo acceso, acompañado de insomnios cada vez más graves y de sensaciones de reblandecimiento cerebral. Luego aparecen ideas de persecución y de muerte inminente, así como una extremada sensibilidad al ruido y a la luz.

Más tarde, surgen alucinaciones visuales y auditivas: “Se imaginaba a sí mismo muerto y descompuesto, atacado por la peste y la lepra ,sentía que su cuerpo era sometido a repugnantes manipulaciones y debía soportar los tratamientos más espantosos”. Estas manifestaciones lo hunden, durante horas, en un estado de anonadamiento y de estupor alucinatorios. Llega a desear la muerte y, en varias ocasiones, intenta suicidarse. Con el tiempo, las ideas delirantes toman un cariz místico: relaciones directas con Dios y apariciones milagrosas.



Las Memorias de un neurópata es un texto verdaderamente extraordinario, pues la locura se describe en él, no desde el punto de vista del observador, sino desde el interior, desde el punto de vista del que delira. Sean cuales fueren los temas del delirio (políticos, religiosos o sexuales), todos giran alrededor de la persona del propio Schreber y presentan, como comprobaremos luego, los dos polos clásicos de la paranoia: ideas de prejuicio y persecución e ideas de sobrevaloración personal. Siguiendo a Schreber en su delirio, avanzaremos a lo largo de dos ejes temáticos principales: uno referente a su persecución; el otro, a su transformación en mujer.

_ Dios persigue a Schreber. Schreber comienza por explicar el orden del universo: el ser humano, escribe, tiene un cuerpo y un alma. El alma tiene su sede en los nervios; en cuanto a Dios, éste está constituido únicamente por nervios, una cantidad infinita de nervios; Dios es, pues, todo alma. Los nervios de Dios se llaman "rayos" y están en el origen de toda creación. Cuando, por ejemplo, Dios quiere crear a un hombre, se desprende de algunos de esos nervios y esos nervios divinos se transforman en un ser humano. La cantidad de nervios divinos no disminuye nunca, pues Dios reconstruye su reserva reintegrando en él los nervios de los seres humanos que mueren. Precisemos que, una vez cumplida su obra creadora del universo, Dios se retiró en un inmenso alejamiento y abandonó al mundo a sus propias leyes. Le basta con atraer hacia sí los nervios de los difuntos (la parte espiritual del hombre), después de purificarlos.

Con todo, algunas veces interviene en la historia del universo a través de los sueños de los durmientes o para inspirar a los grandes hombres y a los poetas. En ese caso simplemente hace una reconexión de los nervios de esas personas. Sobre este movimiento circular se sustenta el orden universal: Dios se despoja de una parte de sí mismo para crear y recupera luego los nervios (las almas) de los difuntos. Todas las intervenciones de Dios, buenas o malas, se llaman “milagros”.

Pero Dios no es un ser simple; si bien es único, está constituido por dos unidades: un Dios inferior (Ahriman) y un Dios superior (Ormuzd). El Dios inferior prefiere a los semitas y el Dios superior a los rubios arios.

Sin embargo, este orden del universo presenta una falla: en determinadas circunstancias, por una razón no explicada, ocurre que los nervios de un hombre vivo se encuentran en un estado tal de excitación que atraen los nervios de Dios con tanta fuerza que éstos no pueden liberarse, de modo que la existencia misma de Dios se halla comprometida. Éste es un caso por completo extraordinario y hasta único en la historia de la humanidad y se trata, evidentemente, de la situación del presidente Schreber. Amenazado en su integridad, Dios va a promover un complot contra Schreber con el objeto de aniquilarlo físicamente o destruirlo mentalmente o, al menos, de distraer su atención, que es el único modo que tiene Dios de sustraer sus rayos a la influencia centrípeta de Schreber.

Así, aparece Dios por entero ocupado en infligir a nuestro hombre las pruebas más inhumanas, ya sea mediante una acción directa, ya sea por intermedio del profesor Flechsig, ya sea, por último, a través de todo lo que rodea a Schreber: animales, objetos y demás entes. Desde entonces, todo lo que ocurra en su vida será “milagro”, puesto que toda intervención divina (buena o mala) es un milagro. Esto es lo que sucede durante la segunda crisis, que comienza con insomnios y con la fantasía de ser una mujer que experimenta la cópula. "Esta idea indigna, nos dice Schreber, nunca se habría presentado en mi espíritu sin una intervención exterior".

Seguidamente, se producen otros “milagros”: crujidos en las paredes de su dormitorio y voces que le hablan. Lo internan nuevamente en la clínica del profesor Flechsig, agente divino, que hará todo lo que está a su alcance para hundirlo: Flechsig realiza en Schreber una nueva conexión de nervios y habla dentro de su cabeza. Según las palabras de Schreber, practicaba con él un “asesinato del alma”. Ésta es una expresión de la “lengua fundamental”, la lengua de Dios, que significa: "volverse amo del alma de su prójimo (los nervios) y obtener gracias a esta almauna vida más larga o cualquier otra ventaja relacionada con la vida del más allá".

La prueba, agrega Schreber, de que las intenciones de Flechsig no son puras es que éste no osa mirarme a los ojos.

_ El espíritu de Schreber amenazado. Este fenómeno de “hablar dentro de su cabeza” o "hablarle desde los nervios", "no tiene nada que ver con la palabra normal, escribe Schreber, son palabras que se introducen por la fuerza en el espíritu de uno y que se desarrollan allí como cuando uno recita una lección de memoria. La voluntad nada puede hacer contra estas palabras.

De modo que uno se ve forzado a pensar sin tregua". Éste quizá sea el castigo divino que mas hace sufrir a Schreber. Esas voces lo insultan sin cesar o le anuncian el fin del mundo a causa del desprendimiento del sol, o en virtud de la glaciación de la tierra, proceso ya iniciado, o bien, mediante la detención de todos los relojes del mundo y muchos otros cataclismos cósmicos.

Pero no olvidemos que Dios está constituido por los nervios de los difuntos (el alma de los difuntos). De modo que, al atraer hacia sí los nervios de Dios, Schreber atrae al propio tiempo las almas de los muertos. Estas se acumulan en su cabeza y adquieren la forma de hombrecillos de unos pocos milímetros. Algunas noches tales hombrecillos se reúnen por millares que pululan en el interior de su cráneo y hablan todos al mismo tiempo, sin ahorrarle una sola de sus palabras, en una monstruosa cacofonía. Un día, esos personajes se ponen a comentar “una supuesta pluralidad de cabezas” que habría en Schreber e insinúan que éste está dotado de varias cabezas, cuando en realidad no es más que un solo hombre. "Lo cual, escribe Schreber, no sin cierto humorismo, los hace huir aterrados gritando: «En el nombre del cielo, un hombre de muchas cabezas»."

En varias oportunidades se le revela que la tierra está condenada al aniquilamiento, que él será el único sobreviviente y que las personas que lo rodean son sólo simples formas humanas, imágenes de hombres enviadas en su honor por milagro divino y llamadas luego a esfumarse. En la “lengua fundamental” se los denomina “hombres hechos en un dos por tres, sin gran cuidado”.

Al pasear, tiene la sensación de andar, no por una ciudad verdadera, sino por un decorado de teatro o bien por un vasto cementerio donde hasta llega a ver la tumba de su esposa.
Un día, advierte al pasar un periódico en el que se anuncia su propia muerte. Schreber descubre en todas esas manifestaciones malas intenciones en su contra.

Schreber mantiene con Dios relaciones caracterizadas por una mezcla de adoración y rebeldía: lo acusa de todos sus males, lo considera ridículo y necio, pero, paralelamente, le atribuye todas las virtudes y todas las glorias. Además Dios y el sol están en una estrecha relación. "Hasta se puede identificar a Dios con el sol", escribe Schreber. A veces, Dios se le aparece y le habla con voz grave; otras, es el sol quien se dirige a él con palabras humanas.

En ocasiones, el sol se transforma, su disco se encoge o se desdobla. En todo caso, Schreber es el único que puede mirarlo sin bajar la mirada y el sol palidece en su presencia.

Todos estos males que lo aquejan tienen por objeto destruirlo o volverlo idiota o, al menos, distraer su atención a fin de que Dios pueda introducirse en su cabeza para recuperar sus rayos e impedirle que se apropie de ellos. Con esa intención, Dios habrá de ensordecerlo mediante pequeños ruidos que se vuelven atronadores: cada palabra pronunciada en su presencia, cada paso, cada pitar del tren, retumba como un golpe violento que provoca un dolor intolerable en el interior de su cabeza. Para sustraerse a estos “milagros divinos” que apuntan a su aniquilamiento mental, Schreber adquiere el hábito, en pleno invierno, de pasar los pies a través de los barrotes de una ventana y exponerlos a la lluvia helada.

Mientras dura la exposición y Schreber puede sentir dolorosamente los pies, los milagros son impotentes, no pueden quebrantar su espíritu. Pero, ignorantes de tales precauciones, los médicos hacen cerrar los postigos, con lo cual llegan a convertirse, sin saberlo, en instrumentos del plan que apunta a destruir la razón de Schreber.

_ El cuerpo de Schreber amenazado. Ninguna parte de su cuerpo está a salvo. ¿Qué prueba no ha sufrido? Han reducido su tamaño, introducido un gusano en sus pulmones, pulmones que luego se han retraído hasta casi desaparecer. Le han extirpado los intestinos. Tiene el esófago hecho trizas. Y las costillas quebradas. Se ha tragado parte de la laringe. Le han reemplazado el estómago por el de un judío. Le arrancan los nervios de la cabeza. Cuando toca el piano se le paralizan los dedos y se lo obliga a cambiar la dirección de la mirada para impedir seguir la partitura. No obstante, la más abominable de las torturas es la “máquina de encorsetar la cabeza”. Una serie de hombrecillos le comprimen el cráneo haciendo girar una manivela. Pero, todo es inútil. Porque Dios, al querer destruirlo, va en contra del orden del universo, pues a los rayos les corresponde crear y no destruir. Y el orden del universo, más poderoso que el mismo Dios, está del lado de Schreber.

_ El milagro del alarido. A veces, los rayos aprovechan los momentos en que Schreber no los vigila (cuando éste duerme, por ejemplo, o cuando mantiene una conversación) para escapar.
Al instante e infaliblemente, se produce el “milagro del alarido”. Al dar su alarido Schreber le prueba a Dios que no está muerto ni se ha vuelto idiota (es decir que no ha perdido su espíritu). A veces despierta de un profundo sueño para dar algunos gritos, a fin de mostrar a su perseguidor que, aun durmiendo, continúa siendo el amo de la situación. Hay días en que esos alaridos se suceden uno tras otro por centenares y pueden durar entre cinco y diez minutos, lo cual estremece dolorosamente su cerebro. Durante esos accesos, los rayos divinos sobrecogidos de angustia, piden “auxilio”, y vuelven a fluir dócilmente hacia su cuerpo. Pero todas estas manifestaciones no dejan de inquietar a quienes lo rodean. «Además, dice Schreber, un testigo estaría persuadido de hallarse ante un loco». Por lo tanto, se ve obligado a cambiar de táctica para mostrarle a Dios que conserva toda su fuerza espiritual: así es como se pone a contar durante horas y, al hacerlo, puede renunciar a su anterior estratagema estrepitosa.

_ Por el bien de la humanidad, Schreber acepta ser la mujer de Dios.
Llegamos finalmente al segundo de los dos ejes cruciales del delirio de Schreber, a saber, su transformación en mujer, mediante una desvirilización. (Desvirilización significa que los órganos masculinos se invaginan en el cuerpo, al tiempo que los órganos internos se transforman.) Ningún otro aspecto del delirio aparece tratado con tantos detalles como esta metamorfosis. Al comienzo de la dolencia, en el apogeo de la persecución, su emasculación está destinada a humillarlo, a destruirlo abusando sexualmente de él.
En un primer momento, el profesor Flechsig es un instigador de esta maniobra y, luego, Dios mismo pasa a formar parte de ese complot destinado a asesinar su alma y a entregar su cuerpo, como el de una mujer, a la prostitución. La prueba de que todo esto se hace para humillarme, escribe Schreber, es que los rayos de Dios me llaman “Miss Schreber”, o bien me dicen: “¡Este pretende haber sidopresidente del Tribunal y se hace deshonrar!”. Pero la maniobra resulta un fracaso, porque, como las demás, va en contra del orden del universo.

Sólo después de algún tiempo Schreber acepta su transformación en mujer como algo conforme al orden del universo. La desvirilización hasta llega a constituir la solución del conflicto de Schreber con Dios y de Schreber consigo mismo. Entonces declara abiertamente que goza de la sensibilidad sexual de la mujer y adopta una actitud femenina en relación con Dios. Siente que es la mujer de Dios.
Por ello sus nervios están dotados de una sensibilidad femenina, su piel adquiere la suavidad particular del cuerpo femenino y los nervios de la voluptuosidad se concentran especialmente en la parte del pecho donde las mujeres tienen los senos.

Cada vez que se inclina, se imagina dotado de un trasero femenino. “Honni soit qui mal y pensé” [Vergüenza a quien piense mal], agrega en francés. “Cualquiera que me viera con el torso desnudo ante un espejo, sobre todo si contribuyo a la ilusión poniéndome algún atuendo femenino, tendría la indudable impresión de ver el busto de una mujer”. En suma, Schreber sólo comienza a admitir la idea de esta transformación cuando siente que es el propio Dios quien reclama su femineidad, no para humillarlo, sino con un designio sagrado. «Es pues mi deber, escribe Schreber, ofrecer a los rayos divinos la voluptuosidad y el goce que esos rayos buscan en mi cuerpo.»

¿Cuál es, pues, el objetivo sagrado por el cual Schreber acepta ser la mujer de Dios? Se trata de un proyecto de escala universal: la creación de una nueva humanidad que aparecerá una vez que ésta se haya extinguido. “Una nueva raza de hombres, nacida del espíritu de Schreber.”
A pesar de su grave y evidente estado de perturbación, Schreber, que era un hombre inteligente,
logró que lo liberaran de la clínica de Leipzig después de estar internado allí durante ocho años y obtuvo además el derecho de publicar sus memorias. En 1903, se retira junto con su esposa a una casa que había hecho construir en Dresde. Pero, cuatro años después, en 1907, regresa al instituto psiquiátrico de Leipzig donde permanece internado cuatro años hasta el momento de su muerte.

"Ningún hombre ha debido soportar pruebas semejantes a las que he sido sometido, escribe en su libro, en las condiciones que fueron las de mi existencia."

Las cuestiones teóricas del caso Schreber


Con todo, Schreber fue un personaje muy curioso. Es lo menos que se puede decir después de sumergirse en su universo.
Ya en 1955, Huntery Macalpine, quienes tradujeron su obra al inglés, señalaban que era el enfermo más citado en el campo de la psiquiatría. Antes de entrar en ese texto, proponemos al lector un hilo conductor que Schreber también intenta seguir.

El procura cumplir tres objetivos correlativos:
— dar sentido a una experiencia de derrumbe mental que lo deja ante todo como aniquilado;
— encontrar un vínculo posible con el otro, cuando tal relación parecía haber desaparecido.
— restablecer una forma de temporalidad, cuando la vorágine que lo impulsaba fuera del tiempo lo había dejado como muerto.

Freud aborda la presentación que hace Schreber de sus síntomas como es su costumbre: restituyendo la función de la enfermedad. Allí está justamente la fuerza del procedimiento analítico. Así como el inconsciente no es cualquier cosa, no es lo indecible, sino que obedece a una lógica rigurosa, las manifestaciones clínicas —y la psicosis no escapa a esta característica—obedecen también a una necesidad propia.

Cuando Bleuler creía que uno no podía fiarse en ningún caso de las afirmaciones de los enfermos paranoicos, Freud, por el contrario, sostiene la idea de que en el delirio puede hallarse una coherencia específica. Éste es uno de los aspectos en los que Freud operará una ruptura en su enfoque de la psicosis.

A través del caso de Schreber, Freud sostiene un punto de vista teórico: el de su teoría de la libido. Ya en el debate nosográfico se distancia de Jung y de Bleuler para mantener el interés de una separación entre el campo de las paranoias y el de las demencias precoces. No obstante, considera que esta última expresión es inadecuada y propone el término “parafrenia” en un sentido particular: mezcla de rasgos paranoides y esquizofrénicos.
Para Bleuler, creador del término esquizofrenia, Schreber es un esquizofrénico paranoide que sufre de alucinaciones y disociaciones. Para Freud, la evolución de la dolencia, a través de la sistematización del delirio y el predominio de la proyección sobre la alucinación hace de Schreber un caso de paranoia. Aquí es importante destacar cómo ya estaba presente en el espíritu de Freud la unidad estructural de las psicosis.
Sin embargo, en el enfoque del caso Schreber, se impone la prudencia. Freud sólo tomó algunos elementos del texto publicado que era ya una reconstitución, además censurada.

Un intento de dar sentido a una experiencia de derrumbe mental


Con todo, la dolencia de Schreber se puede presentar haciendo hincapié en un momento — aunque ésta es una decisión discutible—, momento que tomaremos, a causa de la claridad de la exposición, como punto de partida de la secuencia.

"Un día, escribe Schreber, una mañana, hallándome todavía en la cama (ya no sé si dormía todavía a medias o si estaba despierto) tuve una sensación que, al rememorarla estando por completo despierto, me perturbó de la manera más extraña. Era la idea de que, a pesar de todo, debía ser algo singularmente agradable ser una mujer en el momento del coito. Esta idea era tan ajena a toda mi naturaleza que si me hubiese asaltado estando yo en mi plena conciencia, la habría rechazado con indignación; puedo asegurarlo; después de todo lo que he vivido desde entonces, no puedo descartar la posibilidad de que haya mediado alguna influencia exterior para imponerme tal representación."

Éste es el modo en que, en un segundo tiempo, el de la escritura (que implica ya cierta distancia), Schreber explica ese momento de intrusión. Es una representación que lo sorprende —la palabra es débil—, que se le impone, que abre verdaderamente una brecha. Esta representación, más que inconciliable, según los términos freudianos, es una intrusión de la libido que lo supera. Insisto sobre este punto, porque supuestamente a partir de ese momento comienza la necesidad de resolver el conflicto. Habrá que encontrar una manera de vincular este elemento inasimilable, contrario a la identidad misma de Schreber. Y entonces la psicosis se despliega como un intento de vinculación. Pero éste es un proceso que se irá cumpliendo progresivamente y uno asiste, en el comienzo de la dolencia, a un traslado al exterior; y así lo expresa Schreber: "Aquello no podía venir sino del exterior".

Poco después de este episodio se desencadenan las alucinaciones auditivas: ruidos en la pared que le impiden dormir y Schreber comienza a ver en ellos —necesidad de encontrar sentido— una intención divina. Se produce, pues, la segunda internación y el “punto culminante “de su psicosis, según su propia expresión. En ese momento, Schreber parece haber perdido todo vínculo con los demás. Lo atribuye a un derrumbe temporal y lo llama “mi tiempo sagrado”. "...era como si cada noche durara varios siglos, de modo tal que, durante esta inmensidad de tiempo, bien podían haberse operado en la especie humana, en la tierra misma y en todo el sistema solar, las transformaciones más profundas."

Así es como Schreber tiene que vérselas con fenómenos tan extraños que superan todo límite; escapan al mismo Dios. Se trata de lo inconmensurable, de la singularidad extrema.

Schreber se siente como si se hallara, pues, ante una alteridad radical y se descubre a sí mismo inaccesible. Para poder volver a dar sentido a sus experiencias desconocidas y restablecer una temporalidad, se instaurará, entonces, un sistema delirante que desembocará en una forma de conciliación.

Enfoque freudiano del delirio de Schreber


Todo el delirio de Schreber se reduce a un intento de comprender. Hasta podría decirse que Schreber restaura una forma de temporalidad y de realidad mediante la busca permanente de dar sentido a la experiencia que lo supera. Freud parte de esta idea en su enfoque de las Memorias.
Es habitual que se le reproche al psicoanálisis su complejidad. Pero el texto de Schreber, que pretende ser una contribución a la ciencia, nos muestra que la complejidad también es, y de conformidad con el sentido etimológico, una manera de enlazar.
El texto de Schreber es complejo pues trata de abarcar datos incompatibles, de tejer una red donde todo parece desperdigarse.
El delirio es un intento de curación: esta idea, que hizo época, fue la que guió la lectura hecha por Freud de este frondoso texto. El derrumbe mental, el aniquilamiento del mundo de Schreber corresponde, según Freud, al retiro de la libido del interés por los objetos.

La reconstrucción delirante será, pues, una progresiva recatexia libidinal.

_ La figura de Dios y el fracaso del Edipo. En Schreber, la reconstrucción pasa por Dios. Freud ve en ello una manera de sustituir al padre y subraya además que un padre como el de Schreber se presta fácilmente a una transfiguración divina. En este sentido, uno puede sorprenderse de que Freud, aunque estaba muy al tanto de las teorías y prácticas del padre de Schreber, no le dedicara más que unas breves alusiones y sobre todo de que haya llegado hasta a considerarlo, aparentemente sin ironía, como un hombre excelente. Sin aproximarnos a las teorías antipsiquiátricas, en particular la obra de Morton Schatzmann, L’Esprit assassiné, en la que se describe la dolencia de Schreber como una consecuencia directa de la educación paterna, no podemos dejar de sentimos perturbados por las prácticas educativas del padre. Estas llegaban, en efecto, hasta la aplicación de tensores para enderezar los cuerpos y las almas. En el momento más intenso de su dolencia, Schreber describe a esos hombrecillos que le apretaban la cabeza y que, indudablemente, recuerdan los aparatos a los que lo sometía su padre.

Retomemos la posición según la cual Dios es un equivalente paternal. En realidad, Freud comprueba en Schreber la ausencia o el fracaso de la experiencia de la castración y del Edipo. El hecho de que la irrupción femenina le resulte insostenible debe vincularse con la imposibilidad de inscribir psíquicamente la castración. La representación femenina, afectada de la falta de pene —en el corazón de la neurosis y del deseo— aquí es rechazada en su totalidad. Según Freud, se trata del repudio masivo de una representación inconciliable.

Para Schreber, la posición femenina no se puede elaborar sobre el modo neurótico de la bisexualidad. La pasividad en relación con el padre no adquiere una forma edípica, ni siquiera la del Edipo invertido. Para él, esta femineidad es radicalmente inaceptable. No puede mediatizarse. Desde el comienzo buscará una femineidad de hecho, una transformación real. El padre se vuelve cósmico —el sol— y divino. La femineidad sólo es posible si es absoluta: ser la mujer de Dios.
.
Para él, ésta es una manera de aceptar lo que se le impone desde el exterior, de encontrarle una razón a esta obligación inscribiéndola en una necesidad universal y divina. Finalmente, ésa continúa siendo una manera de rechazar la carencia. Dios tendrá su lengua, la “lengua fundamental”, que se supone capaz de testimoniar una experiencia que no puede expresarse en el lenguaje común. Y Schreber se relaciona con Dios mediante ese idioma.

_ La paranoia es la expresión de una fijación narcisista y también la de la lucha contra esta fijación. Freud introduce la función del narcisismo a fin de explicar el rol de los deseos homosexuales —aunque esta expresión es discutible—. Y propone una secuencia de desarrollo: Autoerotismo, narcisismo y amor objetal.
La elección homosexual sería de naturaleza narcisista y sería anterior a la elección heterosexual: el sujeto se toma primero a sí mismo como objeto de amor. Estas tendencias homosexuales derivan posteriormente hacia la catexia social: amistad, camaradería, espíritu de cuerpo.
Los paranoicos se defenderían contra una sexualización de esos intereses sociales siempre unidos a una proximidad narcisista demasiado importante.

Para explicar esta defensa, Freud declinará, pasando por diferentes personas verbales, una proposición. Construirá una especie de gramática de la paranoia. Son fórmulas que desde entonces se han hecho célebres, casi caricaturescas, si uno las aplicará sistemáticamente.

Ésta es la fórmula “madre”: “Yo (un hombre) lo amo (a él, un hombre)”.
Todo el trabajo consistirá en contradecir esta frase según diversas modalidades.

1. Cambiando el verbo: “No lo amo, lo odio”, lo cual, por proyección —volveremos a hablar de este mecanismo— se transforma en “él me odia”. La transformación conduce al delirio de persecución. “No lo amo”, expresión de rechazo, “lo odio” es la inversión en su contrario, “porque me persigue”, es la explicación.

2. Ya no es el verbo lo que cambia; ahora se contradice el objeto de la proposición. “No lo amo a él, la amo a ella” que, también por proyección, se transforma en “ella es quien me ama”, con lo cual se instala la posición erotomaníaca.

3. Se contradice ahora al sujeto de la proposición, “No soy yo quien ama al hombre; es ella quien lo ama”. Se presenta, pues, el delirio de celos.

4. Se rechaza por entero la proposición: “No lo amo, sólo me amo a mí mismo”. Es el delirio de grandeza.

Más allá de las reversiones, de las inversiones proyectivas de las fórmulas freudianas de la frase “lo amo”, lo importante estriba en el tratamiento del lenguaje que allí se expresa. A fin de explicar los movimientos psíquicos que se dan en las psicosis, en el delirio, Freud hace hablar al sujeto, le concede la palabra. Es un modo de poner en palabras la posición subjetiva. Lo cual es ya un intento de instalar un intercambio posible. Finalmente, a través de proposiciones, de frases, los lugares se intercambian y se establece una circulación.

Los principales mecanismos que se ponen en juego en la paranoia


_ La proyección. Freud utiliza a menudo el término proyección. La palabra aparece en la etapa intermedia de cada una de las cuatro modalidades del “yo lo amo”.
Una percepción interna reaparece desde el exterior como percepción externa, pero también deformada. Por ejemplo, el amor por el otro reaparece pero con la forma de un odio —transformación del afecto— que ese otro siente por mí. Por ello, conviene ser prudente en el empleo del término proyección. Es un concepto ambiguo que tiende más a suscitar la comprensión psicológica que a formalizar una problemática psíquica en el modo analítico.

_ Represión y narcisismo. Freud pondrá a prueba el mecanismo central que ha identificado en la neurosis, a saber la represión. Pero su teoría de la represión no se aplica con la misma pertinencia a la paranoia. Sin embargo, Freud construirá aquí una teoría que combina la represión con el narcisismo. La represión en la paranoia consistiría en un desprendimiento, parcial o general, de la libido. La libido que estaba asociada a objetos exteriores se repliega sobre el yo.

Ese proceso, calificado como silencioso, sería la etapa de la represión propiamente dicha, mientras que el delirio sería la expresión de un retorno de lo reprimido que vuelve a volcar la libido en los objetos que ésta había abandonado. Lo que caracterizaría, pues, a la paranoia es, no el retiro de la libido, sino el retomo de esta libido sobre el sí mismo.

Freud insiste en la fijación narcisista, que desempeña el papel de una moción reprimida que atrae a la libido liberada. Esta fijación narcisista, unida al retorno de la libido al sí mismo, daría lugar a la amplificación ilimitada del yo.

El delirio megalomaníaco es la manifestación clínica de este proceso. Se trata, pues, de un yo que no considera la realidad, ni al otro, una especie de ultrayo, de yo autoengendrado. En la esquizofrenia, el retiro de la libido sobre el sí mismo sería también el mecanismo constitutivo, sólo que en este caso, por un lado, el retomo se cumpliría hasta la fase prenarcisista y, por otro, la alucinación sería el modo de retorno privilegiado, cuando en la paranoia es el delirio el que domina, en virtud de la proyección.

Retomemos nuestro hilo conductor a la luz de estos nuevos elementos. La catástrofe que corta el vínculo con el otro, que obliga a responder, a encontrar sentido, es la del retiro de la libido. Freud precisa que ese retiro no suprime el mundo exterior, sólo lo priva de interés libidinal. Schreber continúa viendo a los demás, pero para él éstos son sólo sombras de hombres, “hechos en un dos por tres”. Todo el intento, todo el trabajo, consistirá en restablecer la conexiones libidinales. Eso es lo que expresan los destellos del delirio. El delirio dispone y combina: organiza.


El delirio, como ya lo dijimos en varias oportunidades, aparece retrospectivamente para dar significación a la falta de sentido inicial. Para el paranoico, no se tratará pues sólo de comprender, sino de comprenderlo todo. Esta es la única salida que se le ofrece y no ha de cerrarse. El delirio, aun cuando parezca estabilizarse en una construcción precisa y elaborada, continuará siendo una formación imaginaria en equilibrio precario; siempre debe fortalecerse con una certeza. La redención de la humanidad en virtud de su unión con Dios será para Schreber el objetivo necesario, aunque imposible de situar en el tiempo. Plazo interminable e insuperable que mantiene el delirio como tal.

Dejaremos la conclusión al propio Schreber, quien precisamente pudo encontrar en su delirio una manera de no concluir nunca: «. . . un hombre que, como yo, puede, en cierto sentido, decir que la Eternidad es tributaria de él, puede permitirse dejar pasar cualquier insensatez, con la convicción segura que tiene de que llegará el momento en que, a pesar de todo, esa insensatez pasará cuando de sí mismas renazcan circunstancias conformes a la razón.»

 

Resumen Cronológico

 

Año
Edad

1842 (25 de julio)

Nace en Leipzig Daniel Schreber
1861
19 años
Muere el padre a los 53 años
1877
35
Muere su hermano 3 años mayor
1878
36
Contrae matrimonio

PRIMERA ENFERMEDAD

1884  (otoño)
42
Es Candidato a la cámara baja del parlamento
          (octubre)
42
Internado durante algunas semanas
8/12/84 al 1/6/85

Internado en clínica de Leipzig
1886
44
Inicia su actividad en el tribunal regional de Leipzig

SEGUNDA ENFERMEDAD

1893  (junio)
51
Es informado de su designación para el superior tribunal
         (octubre)

Inicia su actividad
         (noviembre)

Vuelve a ser internado en la clínica de Leipzig
1894         
52
Pasa por dos asilos distintos
1900 a 1902
58 a 60
Escribe sus Memorias.
Inicia una acción judicial para ser dado de alta.
1902
60
Es dado de alta
1903
61
Se publican las memorias

TERCERA ENFERMEDAD

1907 (mayo)
65
Muere la madre a los 92 años
        (noviembre)

La esposa sufre un ataque.
Inmediatam’ después, cae enfermo. Es internado
1911
69
Muere
1912

Muere la esposa a los 54 años.

Bibliografía general consultada


·         Freud, Sigmund: “Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente”. En: Obras completas. Vol. XII,  Amorrortu. Buenos Aires,1975.
Daniel Paul Schreber: Memorias de un enfermo de nervios. Editorial Sexto Piso. Madrid. 2008.