viernes, 25 de noviembre de 2011

Análisis de un fragmento del “Caso Dora” a partir del texto: La Femineidad y sus Metáforas (3)


Universidad de la Marina Mercante
Facultad de Humanidades
Licenciatura en Psicología
Materia: Psicoanálisis I
Turno: Noche

Profesores:  Dra. Beatriz M. Rodríguez
                         Lic. Gustavo Gaccetta

Alumna: María Victoria Clemente
Trabajo práctico: Análisis de un fragmento del “Caso Dora” a partir del texto: La femineidad y sus metáforas
Noviembre 2011





PÁRRAFO EXTRAÍDO del “ CASO DORA”

“A menudo, los motivos para enfermar empiezan a obrar ya en la infancia. La niña hambrienta de amor que de mala gana comparte con sus hermanos la ternura de los padres observa que esta vuelve a afluirle si ella enferma y causa inquietud en los padres. Ahora conoce un medio para granjearse el amor de sus progenitores, y se valdrá de él tan pronto como disponga del material psíquico para producir una enfermedad. Cuando la niña se ha hecho mujer y, en total contradicción con los reclamos de su infancia, se ha casado con un hombre desconsiderado, que sofoca su voluntad, explota sin contemplaciones su capacidad de trabajo y no le brinda ternura ni le da dinero, la única arma que le queda para afirmarse en la vida es la enfermedad. Esta le procura la anhelada consideración, obliga a su marido a hacer sacrificios pecuniarios y a usar miramientos que no habría tenido de estar ella sana, y, en caso de que se cure, lo fuerza a tratarla con precaución, pues de lo contrario amenaza tener una recaída.”

Freud, Sigmund. [1901] “Fragmento de análisis de un caso de histeria”. (Caso Dora - Pág. 40) En: Obras completas; Buenos Aires; Amorrortu; 1992.




ARTICULACIÓN

No podemos comenzar a articular conceptualmente este párrafo -escrito por Sigmund Freíd, extraído del “Fragmento de análisis de un caso de histeria” Caso Dora- con el libro La femineidad y sus metáforas, cuya autora es la Dra. Beatriz Rodríguez, sin dejar de enfatizar que la condición femenina ha despertado desde el comienzo de la historia todo el interés y distintas miradas desde la ciencia que la ha observado y descrito.
Mucho es lo que se ha escrito, desde la homologación de lo oculto y secreto relacionado con lo femenino, hasta la seudo-libertad de aquellas mujeres que habiendo producido escritos sobre mujeres, lo hicieron desde el sometimiento de los códigos masculinos aceptados de la época.
Lo cierto  es que los tiempos han cambiado y la representación de la mujer también: desde la mujer dadora y mantenedora de la vida, a la mujer responsable de la escasez y/o abundancia en la agricultura, de la Pachamama generadora de cierto orden comunitario, hasta prerrogativas divinas de la matriarca y mucho más, para que luego fuera destituida de su status de mujer, consecuencia de la revolución patriarcal.
“Los hombres derrotaron a las mujeres, las sometieron y lograron imponerse como gobernantes en una sociedad jerárquicamente organizada”.
La imposición del padre en la familia prevaleció como autoridad indiscutible y la sustitución del mito femenino y las diosas madres,  fue legitimado por el imperio masculino, pudiéndose desembarazar así de la mujer y generando en torno a ella, tabúes, supersticiones, creencias, pensamientos mágicos que ponían en peligro, limitaban  y amenazaban la vida de la mujer; algo así como el deseo de neutralizar las “oscuras fuerzas femeninas”.
Esto llevó a la mujer a la pérdida de su identidad de tal, aparentemente sólo redimible en parte a partir de la maternidad, pero esta aptitud reproductora de la mujer le imprimió también  fantasías y temores.
En “La Orestíada”, -drama que tenía una función pedagógica, de enseñanza moral- se apelaba a las emociones y se imponía conformidad  a las normas y pensamientos dominantes (patriarcales); como también en “Antígona” de Sófocles  -tragedia aleccionadora-, se presentaban conflictos entre humanos y dioses, entre  principios patriarcales y matriarcales, liberando o sometiendo, ganando o venciendo finalmente (a mujeres, diosas).
Sirenas, mujeres aladas en la antigua Grecia, Pitonisas, meretrices o reproductoras, Las Nereidas, Las Náyades, las Ondinas, todas, enigmas femeninos y mundos oscuros, vida y muerte, nacimiento y fin …el principio masculino siempre puesto de manifiesto por sobre el femenino.
Desde entonces  existió un estrecho parentesco entre la mujer que deseaba ser conquistada y que a la vez rechazaba ser conquistada, escenas que se plasmaron incluso en el arte (ejemplo “Turandot” de Giácomo Puccini).
Esta obra podemos relacionarla con la historia tradicional de las princesas encantadas (de cuentos infantiles y no tanto) que aguardaban la llegada del príncipe azul, aquel que las liberaría mediante un beso y las transformaría en mujeres, lo suficientemente humanas como para reconocer (y aceptar) sus propios deseos.
¿Qué ocurrió con el deseo femenino?
De la mano del Dr. Sigmund Freud y del resultado de sus investigaciones aparece un gran interrogante, el deseo femenino.
Freud ha investigado clínicamente acerca de la histeria y de la femineidad, cuestiones ambas relacionadas con el deseo femenino y un ejemplo de ello es el caso Dora, al que se hizo mención precedentemente y se transcribió un párrafo de estudio.
Obviamente las descripciones freudianas lo son desde el punto de vista de un varón, pero aún con limitaciones son valiosísimas sus aportaciones.

El párrafo que se menciona a continuación:
Cuando la niña se ha hecho mujer y, en total contradicción con los reclamos de su infancia, se ha casado con un hombre desconsiderado, que sofoca su voluntad, explota sin contemplaciones su capacidad de trabajo y no le brinda ternura ni le da dinero….”, pone en evidencia la prevalencia de la autoridad masculina por sobre la condición femenina, la mujer es minimizada, sojuzgada, sometida, ignorada, en torno a las desconsideraciones del varón cuyo predominio era aceptado culturalmente en desmedro de la propia condición de la mujer.
 
Para esa época mujeres y niños se hallaban sujetos a la autoridad, dominio y tal vez capricho del pater familiae, por lo tanto era muy probable que –como Freud sostuvo en un primer momento- en cada caso de histeria se pudiese rastrear la presencia de un abuso sexual infantil reprimido, pero luego cambió su explicación al afirmar que la causa de la histeria se hallaba no tanto en sucesos reales como en las fantasías de seducción de las pacientes, en el inconsciente “no existe modo de diferenciar la verdad de la ficción investida de afecto”.

El psicoanálisis dice que muchos de los temores que experimentamos son deseos encubiertos.
Las mutilaciones genitales femeninas limitan su erotismo y transforman literalmente a la mujer como simple objeto de satisfacción para el varón, la “hembra humana” es excluida así de toda posibilidad de placer sexual


La única arma que le queda para afirmarse en la vida es la enfermedad.
¿ qué enfermedad?
En la antigüedad, ciertas dolencias manifestadas por las mujeres se las vinculaba con los movimientos caprichosos del útero dentro del cuerpo de ellas, capaces incluso de obstruir hasta la entrada del aire y provocar desmayos.


Cuando medicina y filosofía se articulaban entonces como un sólo saber, Hipócrates había intentado explicar este malestar y hablaba del “desplazamiento del útero”, un pensamiento que perpetró y estuvo en vigencia hasta fines del siglo XIX.

Esta conjunción o asociación entre el útero y la irracionalidad femenina- producto de una cosmovisión discriminatoria que categorizaba lo masculino por sobre lo femenino, constituyó al útero en emblemático, fuente de todas las enfermedades, causante de los cambios emocionales y de los insaciables apetitos carnales de las mujeres, incluso se le llegó a asignar al útero carácter satánico durante el Renacimiento.
 Se suponía además que existía predominio en mujeres solteras vírgenes o viudas; una de las primeras terapéuticas que se aplicó para hacer descender el útero y retornarlo a su lugar consistió la utilización de remedios natura les (como aspirar sustancias malolientes y acercar sustancias aromas agradables a su zona genital), pero luego se pusieron en práctica procesos cruentos, invasivos, mutilantes, sobre todo en pacientes que se consideraban padecían de apetitos sexuales poco moderados (a los que llamaban debilidades naturales de la mujer).


Recordemos que la histeria en ese entonces poseía la facultad de imitar casi cualquier enfermedad, por lo tanto se consideraba que la mujer padecía de esa única dolencia.
La única arma que le queda para afirmarse en la vida es la enfermedad. Esta le procura la anhelada consideración, obliga a su marido a hacer sacrificios pecuniarios y a usar miramientos que no habría tenido de estar ella sana, y, en caso de que se cure, lo fuerza a tratarla con precaución, pues de lo contrario amenaza tener una recaída.
 
En la asunción del rol de enfermas, la mujer se jugaba un beneficio primordial, una oportunidad para obtener poder y manipulación en su hogar (claramente observable en este caso Dora), sustraerlas de sus deberes conyugales y también el beneficio de controlar la natalidad.
Sentirse enferma era un recurso  aceptable y creíble por el hombre; situación muy frecuente en las mujeres que veían a la sexualidad como un deber y hasta llegaban a considerarla repugnante (producto de la “buena educación” recibida).
La epidemia de Histeria fue una explosión, una protesta femenina, una estrategia de resistencia al rol social que la mujer consideraba intolerable.
La histeria fue un constructo científico que racionalizó la violenta relación de poderes que existía.



Bibliografía:
Rodríguez, Beatriz M. La femineidad y sus metáforas. Buenos Aires; Lugar Editorial; 2005

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