miércoles, 8 de febrero de 2012

INTERDICIPLINARIEDAD


UNIVERSIDAD DE LA MARINA MERCANTE
FACULTAD DE HUMANIDADES

CARRERA: LINCIATURA EN PSICOLOGÍA

Materia: Ética y Deontología Profesional

Trabajo Práctico: Ley Nacional de salud mental N° 26657
                              INTERDICIPLINARIEDAD

Docente: Lic. Carmen Paradelo

Alumna: Luisa C. Stefani

Turno Noche
2011


Ley Nacional N° 26657
Derecho a la Protección de la salud Mental

Art 8: (capítulo V “Modalidad de abordaje”) “Debe promoverse que la atención en salud mental esté a cargo de un equipo interdisciplinario integrado por profesionales, técnicos y otros trabajadores capacitados con la debida acreditación de la autoridad competente. Se incluyen las áreas de psicología, psiquiatría, trabajo social, enfermería, terapia ocupacional y otras disciplinas o campos pertinentes”.

Los equipos interdisciplinarios están conformados por profesionales de cada una de las disciplinas involucradas en el abordaje de un área específica del conocimiento en permanente cambio hacia su interior y deben, además, articular sus saberes y sus prácticas con otras cosmovisiones. La modalidad de trabajo interdisciplinario comenzó a adoptarse a partir de la percepción del peligro que representaba la extrema y acelerada especialización en cada rama del saber y de la necesidad de evitar que las actividades se desarrollaran en forma divergente, fraccionada, parcial. Trabajando en cooperación el objeto de estudio es abordado en forma integral, en procesos dinámicos, estimulando nuevos enfoques metodológicos para la solución de los problemas que se presentan.
La historia nos muestra el recorrido meteórico en el imaginario social y científico del concepto de “locura” y de “loco”: enviado de dios, enviado del diablo, poseído, enfermo, desviado, criminal, inmoral, anormal, victimario, incurable, víctima, objeto de la medicina, sujeto con derecho a su singularidad, una manera de ser de lo humano. A su turno, se han encargado del loco distintos personajes e instituciones, según fuera el paradigma desde donde se encarara la locura, entendiéndose por ésta toda conducta que estuviera por fuera de la normalidad aceptada socialmente. Brujos, hechiceros, sacerdotes, carceleros, manicomios,  policías, médicos, psiquiatras, psicólogos han propinado el “tratamiento” adecuado según la época y la concepción de lo que era lo normal y lo esperado de la conducta de hombres y mujeres. Cada uno de ellos se arrogaba el derecho de considerar al loco como objeto de su especialidad, con prescindencia de las demás.
En el campo específico de la salud mental la actualidad nos encuentra con prácticas interdisciplinarias institucionalizadas surgidas de la iniciativa de grupos de profesionales que, en el intento de abordar la problemática diaria, consideraron insuficiente la mirada del psicólogo o el médico evaluando y tratando al paciente en soledad.
De la misma manera en que ya no se piensa a la locura desde el paradigma de la linealidad, como el efecto de una sola causa (moral, genética, fisiológica, traumática, etc.), la forma de encarar la enfermedad mental ya no puede ser lineal ni apoyada en una única visión. La enfermedad mental, el padecimiento psíquico en sus múltiples manifestaciones ya no se considera sino el resultado de complejos procesos de construcción de la subjetividad que incluyen maneras singulares de interpretar la realidad y elaborar los conflictos.
“Equipo” y “trabajo interdisciplinario” implican ubicarse desde el paradigma de la complejidad, como complejo es el fenómeno que se estudia y/o se trata de aliviar. Pero “(…) pensamiento complejo no es pensamiento completo (…) se sabe de antemano que siempre hay incertidumbre (…)”  [i]  Paradójicamente no es desde la certeza dogmática de una sola ciencia o disciplina que se supera la incertidumbre: esto requiere encarar el estudio y tratamiento de, en nuestro caso, la enfermedad mental desde las distintas disciplinas que puedan aportar saberes que, articulados, brinden una salida fehaciente a la problemática del sujeto. A problemas complejos, soluciones complejas, emanadas no del saber omnisciente de un profesional todopoderoso sino de la integración de saberes aportados desde diversas miradas con el convencimiento de que lo que se resuelva va a ser un producto dialécticamente superador de cada una de las visiones por separado.
Es sabido de las dificultades de conformar equipos de esta índole, a pesar de que la Ley los propicia y promueve.

“Hablar de interdisciplina significa situarse necesariamente en un paradigma pos positivista. Reconocer una contraseña que agrupa a quienes adhieren de diversas maneras, a una epistemología que no homologa el objeto del conocimiento al objeto real, que reconoce la historicidad y por lo tanto la relatividad de la construcción de los saberes disciplinarios que no supone relaciones lineales de causalidad y que antepone la comprensión de la complejidad a la búsqueda de las partículas aisladas”   [ii]

Ignacio Lewkowicz advierte que

“…lo que llamamos posmodernidad es en realidad el pasaje de la modernidad (…) más precisamente modernidad tardía, porque se vive con los valores de la modernidad y su progresiva descomposición pero no la emergencia de nuevos valores. Se están descomponiendo parámetros que estructuraron la experiencia moderna del mundo pero que aún no adoran los principios alternativos que organicen otra experiencia”  [iii]
Esta reflexión nos acerca al por qué es aún tan resistido el trabajo interdisciplinario democrático, donde no haya disciplinas “estrellas” y otras “cenicientas”. Todas las instituciones transitan por esta especie de “territorio gris y caótico” que se forma entre la salida de un paradigma y la instalación de uno nuevo, entre la conclusión de una era y el comienzo de otra.
La tradición de una supremacía de una disciplina sobre la otra (psiquiatras por sobre psicólogos, por ejemplo), el desconocimiento de las áreas de incumbencias de las disciplinas convergentes a la problemática, el temor a ser desplazado de las decisiones que se tomen en cada caso, la falta de práctica grupal integradora, la mirada del/al otro desde el recelo de la “invasión de territorios” son factores que podrían estar influyendo como obstaculizadores de la extensión de las prácticas interdisciplinarias. Una postura ética implica superar estos obstáculos y volcar esfuerzos a la consecución del objetivo: alivio del sufrimiento psíquico del enfermo mental, curación, prevención, estudio, etc.
Por otro lado es de destacar que los avances que se han hecho en materia de salud mental están cimentados en acciones implementadas desde los distintos ámbitos del quehacer social y científico, inclusive con la creación de teorías y disciplinas específicas allí donde antes no había otra cosa que miedo, desconocimiento, magia (pienso cómo se arribó a reconocer a concebir la locura como enfermedad).
Además del tratamiento/cura, el trabajo interdisciplinario abre el campo de la investigación teórica permitiendo a través de su mirada múltiple comprender el fenómeno más abarcativamente. La práctica instituye al equipo, le permite crear mientras es. El producto resultante es instituyente. Las experiencias interdisciplinares, a su vez multiplicadas, diversas, adaptadas a la necesidad que impone el abordaje particular de cada caso, van creando una nueva “institución” Salud Mental, producen movimiento, transforman.
La Ley 26557 reconoce antecedentes, la mayoría de los cuales son experiencias realizadas en grupos, equipos e instituciones que convocaron a profesionales de diversos orígenes.
La actuación del Dr. Enrique Pichon Rivière en el Hospicio de las Mercedes (actual Hospital Borda), sentando las bases de lo que luego fue la Psiquiatría Social, más tarde complejizada en su Psicología Social.
La creación del Primer Servicio de Psicopatología del Hospital Interzonal Evita (Ex Lanús), primero de un hospital general, en el año 1956, comandado por el Dr. Mauricio Goldemberg, quien no solo sacó la atención brindada al enfermo mental afuera de las paredes del manicomio sino que fundó y permitió el despliegue de equipos donde cabían y eran necesarios saberes de otras disciplinas científicas y corrientes psicológicas como el psicoanálisis, la psicología social, la sociología, antropología, enfermería, ciencias de la comunicación, corrientes sistémicas, etc.
Otras experiencias como la del Dr. Ricardo Avenburg en el Hospital Israelita y los sucesivos Servicios de Psicopatología que se fueron abriendo en otros hospitales generales.
La creación de los Centros de Salud Mental lleva la atención al seno mismo de la comunidad, primer paso preventivo, y promueve a valerse de todos los recursos que la misma sociedad dispone para lograr el objetivo terapéutico. En la actualidad las mismas instituciones manicomiales que persisten en la ciudad de Buenos Aires (Hospitales Borda, Moyano, Tobar García) son inconcebibles sin la gran cantidad de disciplinas y oficios que aportan sus saberes y prácticas, equipos de psicopatología, terapeutas ocupacionales, acompañantes terapéuticos, enfermeros, artistas plásticos y de otras expresiones, periodistas, psicólogos sociales, escritores, abogados, voluntarios en general, sostienen las tareas terapéuticas y laborales tendientes a mejorar la calidad de vida de los internos, que les permiten “salir” del encierro a través de su Frente de Artistas del Borda, la radio La Colifata, y la multitud de talleres donde crean sus propias obras de arte, artesanías y otros productos que después son comercializados.
La atención en el consultorio del psicólogo o el psiquiatra debería ser sólo una de las instancias del trabajo total e integrado de esos profesionales, para los que interconsultar, supervisar, crear dispositivos amplios de atención de la problemática del paciente en forma integral (desde su llegada a la consulta hasta la conclusión del tratamiento o su derivación) no debería ser la excepción sino la regla.
La legislación va detrás de las prácticas institucionalizadas. Para realizar todas estas “proezas” no fue necesaria la ley, pero ellas sí fueron necesarias para que la ley tuviera un sustento lógico para ser creada. La función de la ley es la de regular las prácticas que ya se están realizando y promover otras necesarias, haciendo respetar los derechos de y por los “sujetos a la ley”, tanto los pacientes como los terapeutas y las instituciones sociales que intervienen en el proceso de enfermar y curarse. También determina las obligaciones de las partes para que esos derechos puedan ser consumados, implementando las acciones necesarias tanto de los profesionales como de las demás instituciones, judiciales, legales, médicas, científicas, educativas, psicológicas, policiales, gubernamentales, económicas.
Uno de los argumentos que se esgrimen para justificar el incumplimiento de la ley en todos sus artículos (aunque todavía no está reglamentada su aplicación) es la falta de presupuestos que soporten las erogaciones que implica crear las instituciones alternativas y el pago de los salarios del personal que habría que emplear para atender adecuadamente a las personas con padecimientos psíquicos. Creo que este pretexto no es válido, que sólo confirma el pobre lugar que ocupa en las prioridades de los funcionarios que deberían decidir en estas cuestiones y, una vez más, el corrimiento del Estado que le deja el campo abierto al negocio de los particulares.
A riesgo de no ser pertinente con este trabajo quisiera incluir una breve descripción de un equipo que integro, destinado a la atención de niños, niñas y adolescentes que han padecido abuso sexual y sus familias. Este equipo encontró su germen en la idea de un Juez de Menores de la provincia de Buenos Aires, insatisfecho con los logros de solamente aplicar la ley para reivindicar a los menores y sus familias, juzgando y, tal vez, castigando al agresor. Él vio la necesidad de continuar el trabajo con esos menores que permanecían sin posibilidad de elaborar las, en algunos casos, atroces experiencias vividas y con sus familias, inermes y desorientadas ante la situación. Convocó entonces a una psicóloga, ésta a su vez a dos psicólogas sociales (luego se incorporó una tercera), para trabajar conjuntamente con los menores afectados y sus familiares, como equipo permanente; periódicamente se suma una abogada, una enfermera y voluntarios que acompañan a las familias en el proceso judicial, cuando éste es posible. Desearíamos contar también con un trabajador social y tenemos una colaboración bastante estrecha con la Comisaría de la Mujer de la zona. Podría considerarse a este equipo trabajando en prevención, ya que si bien intervenimos ante un hecho consumado, el abuso, no tratamos patologías sino que prevenimos que los hechos traumáticos devengan en ellas. Si se observa la presencia de alguna patología psiquiátrica preexistente, se deriva el caso.

A la locura del encierro, la “locura” de cortar las cadenas
A la locura de la soledad, la “locura” de armar grupos
A la locura del poder, la “locura” de la potencia

“Liberen la acción política de cualquier forma de paranoia unitaria y totalizante (…) Hagan crecer la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, más que por subdivisión y jerarquización piramidal (…) Suelten las amarras de las viejas categorías de lo negativo (…) Prefieran lo que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los grupos a las unidades (…) Consideren que lo que es productivo no es sedentario, sino nómada. El grupo no debe ser el vínculo orgánico que una a individuos jerarquizados, sino un constante creador de desindividualización. No se enamoren del poder”. [iv]

Referencias




[i] Morin, Edgar; “Epistemología de la complejidad”; en Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Compil. Dora Fried Schnitman; Ed Paidós; pág 421

[ii] Stolkiner, Alicia; Salud Mental e interdisciplina X Jornadas nacionales de Salud Mental; 7 y 8 de octubre 2005; Posadas, Misiones, Argentina

[iii] Lewkowicz, Ignacio “Existencia o tiniebla. Institución sin nación”. En Revista Cuadernos de campo N°2, pág. 28; Ed. Campo grupal; octubre de 2007.

[iv] Foucault, Michel; Fragmento del prólogo a El Antiedipo, Capitalismo y Esquizofrenia de G. Deleuze y F. Guattari; Ed Paidós Ibérica; 1998


Otra bibliografía consultada:

del Cueto, Ana María; Grupos, Instituciones, y Comunidades; Lugar Editorial; Buenos Aires; 2003

Pichon Riviêre, Enrique; El proceso grupal; Ediciones Nueva Visión; Buenos Aires;
1985

Vezzetti, Hugo, La locura en la Argentina; Ed Paidós,, Buenos Aries, 1985
















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