Universidad de la Marina Mercante
Licenciatura en Psicología
Análisis del
cuento “Funes el memorioso”
Materia: PSICOANÁLISIS
I
Profesores: Dra.
Beatriz M. Rodríguez
Lic.Gustavo
Gaccetta
Lic.
Alumno: Leandro Maldonado
Turno: Noche
Borges por Freud
“Freud
me parece un viejo chismoso” afirma Borges, risueño, en una de esas esporádicas
intervenciones que lo devolvían al plano humano. Tan humano como en las
supuestas conversaciones vulgares y corrientes que mantenía con Bioy (¿acaso
podría alguien imaginar que su relación no excediera el intercambio cordial de
prólogos y la puesta en común de sus últimas aventuras literarias?). Es que,
posiblemente, podríamos aproximar al autor más acertadamente a los
agenciamientos y escenas alucinadas desarrolladas por Deleuze que a la envidia
del pene descripta en el psicoanálisis. Borges desconfiaba de Freud; había
confesado, sin sonrojarse, el fracaso en la lectura de su obra.
Planteemos
entonces el ejercicio inverso: ¿cómo hubieran repercutido sus escritos en
Freud? Tal vez se hubiese servido, por ejemplo, del soñador que es soñado de
“Las ruinas circulares” como metáfora para desarrollar alguna de sus teorías. O
tal vez no, pero seguramente nada de lo escrito por Borges le hubiera sido
indiferente.
Freud
lo ha hecho de nuevo. Cuando el cuerpo teórico del psicoanálisis pareciera ser
atrapado y sofocado hasta la muerte, logra desintegrarse, escapar y fluir en
todas direcciones para atravesar diferentes aristas de la vida misma; se torna
francamente ineludible.
Dicho
esto, acercar la lupa psicoanalítica a las obras de Borges podría devenir en un
análisis infinito (adjetivo borgeano por naturaleza) sobre temas tales como los
mecanismos arcaicos de pensamiento, las desfiguraciones oníricas, el
desdoblamiento de la personalidad, el inconsciente, los recuerdos.
“Funes
el memorioso” nos deposita en un terreno fértil para ello; no obstante,
despierta más interrogantes que certezas sobre el funcionamiento de la psiquis
humana. El narrador no puede empezar de otra manera que renunciando al derecho
de pronunciar el verbo “recordar”. Freud conoce de esto a la perfección; sabe
que no podemos darle a la memoria garantía alguna, mas nos enfrentamos a la
necesidad irremediable de dar fe de sus datos. Ireneo Funes vive sus sueños
como la vigilia del resto de los mortales y viceversa. Un accidente lo dejó sin
esperanzas, tullido, privado de una larga y próspera vida y, sin embargo, esa
fue su pérdida menos significativa. Por obra y gracia de un milagro inclemente
también hubo de extinguirse hasta el último bastión de defensa de su psiquismo.
Tal vez ese haya sido el verdadero motivo de su muerte; la incapacidad de
lidiar con el sinfín de estímulos que ingresaban en su organismo y que
conformaba un peine de infinitos dientes (el infinito, siempre).
Los
procesos oníricos no difieren en mayor medida de los que se suscitan en la
vigilia. Soñamos mucho, recordamos poco; hemos vivido largamente, pero aún así
no podemos evocar lo suficiente. Funes escapa a esa lógica, es capaz de
rememorar las vetas de un libro que sólo vio una vez, las nubes australes del
30 de abril de 1882, ocupa un día entero recapitulando, justamente, un día
entero y descarta, en forma maravillosa, un sistema de codificación que pueda
describir cada piedra, cada perro, cada pájaro por considerarlo extremadamente
ambiguo y general.
Necesitamos,
nosotros los mortales, de la censura. La vida anímica se derrumbaría si
invistiéramos a todas nuestras vivencias y representaciones con igual cantidad
de energía. El motor del deseo inconsciente se extinguiría, no habría nada que
nos empujara hacia el accionar cotidiano; algunas cuestiones requieren ser
olvidadas, escondidas, necesitan operar desde la clandestinidad. Borges tampoco
creía en el libre albedrío, también sostenía que algo determina (o más bien
predispone) nuestra forma de ver, pensar, sentir, pero tal vez no ocupó mayor
tiempo en correr el velo de los misterios que enfundan a los mecanismos
intra-psíquicos.
Los
recuerdos difieren cualitativamente; es por eso que no atraen la misma atención
de la conciencia. Los elementos reprimidos por supuesto que persisten y se
desarrollan en funciones psíquicas, pero seguir la dirección hacia la
conciencia representa una tarea harto compleja, en tanto no sea cohibido el
desarrollo de displacer que los envuelve.
Freud
sostiene que la resistencia pierde parcialmente su poder durante el sueño,
disminuyendo de esta manera la censura endo-psíquica. Funes lleva al extremo
dicho estado onírico y lo transita en forma constante; no puede descansar del
mundo, no hay reposo para él ni su alma. Mientras que el psicoanálisis mantiene
entonces una mirada holística, compleja y completa sobre la totalidad del
material que se desprende de los sueños de toda una noche, el personaje de
Borges fragmenta lo percibido, lo descompone a punto tal de constituir unidades
atómicas de la realidad.
La
analogía con las revoluciones sociopolíticas del renacimiento que desterraban a
las familias poderosas y mantenían a quienes no representaban peligro alguno
resulta apropiada para describir el destino de las representaciones
inconciliables para el “yo”. En principio, sólo persistirán en la conciencia o
podrán ser recuperadas aquellas escenas que no amenacen la vida anímica de la
persona o mismo las que han sido lo suficientemente desfiguradas como para
infiltrarse hábilmente.
¿Qué
fenómeno habrá despertado el accidente de Funes? Bien podría decirse que las
barreras que hacen las veces de frontera entre los diferentes sistemas se han
derrumbado; o tal vez ya no encuentre su psiquismo motivo alguno para reprimir.
Sin embargo, el psicoanálisis no puede darse el lujo de asir en sus manos la
primera opción; se debe a sí mismo el abordaje de los hechos desde diversas
perspectivas. Quizá, entonces, Funes reprima en exceso; su capacidad de rememorar
ciertos acontecimientos de orden fáctico puede ser la resultante de
concatenaciones asociativas que desvían su atención del afecto unido a las
representaciones originarias, por lo que tal vez jamás pudiéramos saber qué es
lo que realmente sintió al contemplar las nubes del 30 de abril de 1882.
Sea
cual fuere el motivo, resulta interesante plantear la existencia de una
capacidad ilimitada de inscripciones mnémicas. Será tal vez que la represión
como mecanismo de defensa no permite observar la potencialidad de nuestro
psiquismo y en definitiva, independientemente del avance de las neurociencias,
existen propiedades que jamás podrán ser descubiertas.
“Ahora
su percepción y su memoria son infalibles”. Para el narrador del cuento de
Borges la capacidad del hombre de rememorar infinitamente es meramente un tema
de postergación; tarde o temprano (más bien tarde) el ser humano sabrá de la
inmortalidad de sus recuerdos y del mundo que lo rodea. Fuera de la fantasía,
la memoria debe ser incierta; si bien la pulsión reprimida jamás cesa de
aspirar a la satisfacción plena y todos los elementos sustitutivos y
sublimaciones no terminan de ser suficientes, es necesario esa diferencia entre
el placer inconsciente que busca descarga y la satisfacción hallada, es decir, nos
servimos del apropiado desvío de la experiencia para poder complejizar la vida.
Caso contrario, quedaríamos anclados en las mismas vivencias placenteras a lo
largo de nuestra existencia.
La
represión permite entonces rodear las metas de satisfacción; para avanzar en
diferentes direcciones, la resistencia deberá obstruir indefectiblemente los
deseos primarios a punto tal que el ser humano pueda encontrar complacencia en
diversas experiencias. Si la totalidad de nuestra vida pudiera ser recordada,
no habría deseo. En Funes podemos encontrar, en efecto, cierto hastío, pasada
la fascinación por su insólito don.
Partiendo
de la segunda tópica y la división en instancias psíquicas, se puede afirmar
que la vida entera de Ireneo queda a merced de su “yo”, que mantiene un
estrecho vínculo con el sistema perceptivo y funciona, a la vez, como
organizador coherente de todas las experiencias en las que se ve envuelto. No
hay represión, sublimación, reproche, inhibición; las cosas simplemente suceden
y de esa manera son asimiladas en su totalidad, desprovistas de pasión y
cargadas de razón. ¿No es esto acaso una versión exagerada de distintos
fenómenos psíquicos que podemos observar en la vida cotidiana? En principio
pareciera que sí; el cuento no hace más que poner en evidencia lo que no se
puede ver, lo que opera de manera invisible en todos nosotros y que, aún en la
supuesta lejanía con la obra de Freud, Borges suele describir en forma
magistral.
.
Bibliografía
. Borges, Jorge Luis (1944), Ficciones, Editorial
Sur, Buenos Aires.
. Freud, Sigmund (1900), Obras completas de Sigmund Freud. Volumen V - La
interpretación de los sueños parte III, Amorrortu Editores, Madrid.
. Freud, Sigmund (1920), Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII - Más allá
del principio de placer, Psicología de la masas y análisis del yo, y otras
obras, Amorrortu Editores, Madrid.
. Freud, Sigmund (1923), Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XIX - El yo y el
ello, y otras obras, Amorrortu Editores,
Madrid.